Desde el más pequeño hasta el más grande disfrutaba de cada nota y bailaban hasta amanecer. Todo el vecindario conocía a los Mitchels, incluso algunos envidiaban la alegría que vivían, esto fue el comienzo del fin de la familia más feliz que cualquiera pudo conocer.
Los hijos de Máximo Mitchels iban a un mismo instituto, aunque cada uno estudiaba en un salón distinto, a la hora del descanso se reunían para comer juntos. La relación era tan fuerte que incluso podía parecer enfermiza.
John Taylor, un joven estudiante del instituto donde asistían los Mitchels, reunió a un grupo de jóvenes que en secreto odiaban a los hermanos Mitchels.
-Los convoco aquí porque estoy cansado de los Mitchels y creo que no soy el único en esta sala que siente lo mismo. –expresó con furia, Taylor.
-¡Los odiamos! –respondieron el resto de los chicos al unísono.
-Creo que debemos hacer algo. Estos chicos solo fingen estar felices todo el tiempo y creen que nos engañan. Propongo que esta noche nos juntemos frente a su casa y hagamos algo. –dijo con determinación, el líder de lo que sería algo terrible.
Así hicieron, esa noche, mientras los Mitchels estaban reunidos, los jóvenes con malas intenciones se reunieron fuera de la casa y subieron al techo. Por la chimenea introdujeron juegos pirotécnicos que en menos de 10 minutos iniciaron un gran incendio en el interior de la casa de los Mitchels.
Los maleantes huyeron, cuando los Mitchels trataron de escapar, esto fue en vano pues las puertas no abrían. En pocos minutos la casa se incendió por completo con la familia dentro, mientras el incendio acababa con todo, la música no paraba de sonar. Los bomberos no llegaban y al hacerlo ya era muy tarde.
Aunque trataron de investigar quién causó el incendio, fue imposible. Ahora, 10 años después, cada noche la música se enciende en las ruinas de la casa de una familia feliz que murió entre las llamas.
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