Uno de los estudiantes que más destacaba era un portugués de 22 años llamado Andrés de Proaza que según cuenta la leyenda, llegó a demostrar unas dotes para la anatomía superiores a las del propio maestro. En sus días en Valladolid, Andrés estaba sumergido en el mundo de la anatomía y empezó a llamar la atención por su talento y conocimientos a pesar de su juventud. Durante los meses que se llevó a cabo el curso se denunció la desaparición de un niño de 9 años al que por última vez se había visto por los alrededores de la casa del joven portugués. Al principio, nadie llegó a vincular la desaparición del niño con el novicio estudiante hasta que varios vecinos empezaron a testimoniar llantos y sollozos provenientes del sótano del estudiante portugués. Cuando además se presenció como el agua que salía del desagüe del sótano y llegaba hasta una de las ramificaciones del río Esgueva llevaba una cierta tonalidad rojiza, los gobernantes de la ciudad decidieron hacer una visita a la casa del estudiante portugués.
El hallazgo del interior del sótano resultó pavoroso para todos los presentes. Ni la más perturbada de las mentes podría haber imaginado tal resolución del caso. Dentro del sótano, sobre una demacrada tabla de madera se encontraba el cuerpo descuartizado del niño desaparecido. La casa estaba repleta de material médico y de restos de animales despedazados. Posteriormente, el estudiante declararía que estaba obligado a practicar la vivisección, esto es, la disección de animales vivos con el propósito de llevar a cabo estudios fisiológicos. Tras el asombroso hallazgo el Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición llevó a Andrés de Proaza a juicio, en el que acabaría siendo condenado a morir públicamente en la horca.
Pero el asombro ante los hechos sucedidos en el interior de la vivienda del estudiante portugués sería nimio comparado con el susto y el desconcierto de la población vallisoletana ante las declaraciones del portugués en el juicio. Andrés de Proaza explicó que un hombre de Navarra dedicado a la nigromancia le había entregado un sillón maldito, un sillón que habría confeccionado el mismísimo Satanás. Una vez que se sentaba en el sillón, Andrés podía contactar con el diablo. El diablo obsequiaba de esta forma al estudiante con sabiduría medicinal que el chico usaba para desarrollar su talento y habilidad en el mundo de la anatomía. Por último, Andrés lanzó una advertencia, “solo aquellos que tengan altos conocimientos medicinales podrán sentarse en el sillón maldito, si no, morirán a los tres días. Si intentan destruirlo, perecerán en el intento”, sentenció el estudiante portugués días antes de morir en la horca.
Todas las pertenencias de Andrés de Proaza se subastaron, incluido el famoso sillón maldito. Pero a pesar de que gran parte de la población percibió las declaraciones del estudiante como estrafalarias nadie se atrevió a hacerse con sus bienes, que finalmente fueron a parar a los almacenes de la Universidad de Valladolid. Una vez allí, la leyenda del sillón fue desapareciendo progresivamente. Hasta que unos años después la maldición volvió a hacer acto de presencia. Según la leyenda, dos hombres seducidos por la confortable apariencia del sillón decidieron darse un descanso sentándose en la butaca maldita, sin saber ninguno de ellos que una lóbrega y tenebrosa leyenda estaba escondida en su interior. Ambos fallecieron en un plazo de 3, 4 días por causas naturales según las autoridades de la época. Las advertencias que había proferido Andrés de Proaza ya no eran tomadas como burla alguna. El pavor hacía el objeto maldito era palpable. Así, el sillón fue condenado a estar boca abajo en el techo de la capilla de la Antigua Universidad de Valladolid para impedir que alguien pudiese sentarse.
En la actualidad, cualquier curioso tiene la posibilidad de inspeccionar y ver con sus propios ojos el famoso sillón del diablo que se encuentra en el Museo de Valladolid, en el Palacio de Fabio Nelli. ¿Se atreverá alguien a hacer caso omiso a la advertencia de Andrés de Proaza y sentarse en el sillón?
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