domingo, 3 de junio de 2012
Abelardo y Eloisa
Abelardo nació en 1079 en Palais, Alta Bretaña, una aldea
próxima a Nantes. Berengario, su padre, era una persona culta e ilustre que
supo hacerse cargo de la educación de su hijo y sus hermanos.
Siendo muy joven, Abelardo fue destinado a la carrera
militar, que luego abandono por su pasión por el estudio. Cultivó todos los
saberes de su tiempo, incluyendo la música y el canto. Y fue por el estudio que
renunció tanto a su herencia como a su primogenitura. Abelardo, inteligente y
tolerante, fue paradójicamente asceta o sensual, según los vaivenes de su
corazón.
A los 20 años, Abelardo se marchó a París, dedicándose a la
filosofía. Estableció una escuela en la colina de Santa Genoveva y a la misma
atrajo a una gran multitud de alumnos de los que mereció profundo respeto. Años
mas tarde, sus obras De trinitate y su Introducción a la teología, despertarían
grandes polémicas y serían condenadas por la Iglesia Romana.
Tuvo su primera escuela en Melun y en Corbeil para regresar
a los 25 años a París en donde se entregó plenamente al debate filosófico.
Abelardo se hizo discípulo de Anselmo para aprender teología. Luego comenzó a
debatir con su maestro, al que venció en una discusión pública, quedándose así con
todos sus discípulos. La soberbia de Abelardo ase despertó como consecuencia de
su constancia en el estudio y su habilidad retórica.
Eloísa, era una bella joven de talento excepcional, sobrina
de Fulberto, canónigo de París. Había nacido en 1101 y tenía entonces 17 años.
Abelardo, que vivía en casa de Fulberto, sedujo a Elosía bajo el pretexto de
cultivar su formación filósofica: “inflamado de amor, busque ocasión de
acercarme a Eloísa y en consecuencia, trace mi plan.”, decía Abelardo en una
epístola dirigida a uno de sus amigos.
Cuando Eloísa quedó embarazada, Aberlardo decidió raptarla
para conducirla a Bretaña. Allí, dio a luz un niño en la casa de la hermana de
su amante. Pero cuando Abelardo regresó a París, Fulberto lo esperaba para
ejecutar su venganza: sus emisarios multilarían sin mas al seductor de su
sobrina.
Eloísa, sin otra alternativa, tomaría los hábitos en el
convento de Argenteuil y Abelardo, ingresaría en el convento de Saint-Denis.
Aunque éste, más adelante, abandonaría el claustro para dedicarse nuevamente a
la enseñanza y al debate filosófico, aumentando su fama y con ella, la cantidad
de seguidores y adversarios.
Abelardo, como consecuencia de sus ideas y discusiones
teológicas, fue rechazado por los monjes de Saint-Denis, por lo que se retiró a
la diósesis de Troyes donde se comprometió con una vida austera y rigurosa.
Allí fundó el oratorio al Paracleto o Espíritu Santo Consolador, del que mas
tarde Eloísa fuera abadesa.
Durante el Concilio de Sens, en 1140, San Bernando venció a
Abelardo en una discusión pública. En consecuencia, fue condenado a cárcel
perpetua (sentencia que luego fue conmutada por la clausura en un monasterio).
Sin embargo, años después, el abad de Cluny, Pedro el Venerable, logró
reconciliar a Bernardo y Abelardo.
Abelardo murió en la abadía de San Marcelo, en
Chalons-sur-Saone, el 21 de abril de 1142. Tenía por entonces 63 años. En sus
últimos años, había abandonado sus ideas heréticas, rechazando el arrianismo y
el sabelianismo. Eloísa, reclamó su cuerpo.
Elosía murió en 1163, pero recién en 1808 los restos de
ambos amantes fueron depositados juntos en el Museo de monumentos franceses de
París. Finalmente en 1817, ambos fueron depositados en una misma tumba, en el
cementerio del Pere Lachaise, de la misma capital. En rigor, los arqueólogos
cuestionan la autenticidad de los restos. Pero en el terreno de lo legendario,
la ficción y la realidad se tejen en una verdad de fe, que vale simplemente por
el romanticismo del relato que los que escuchas desean creer.. Abelardo y
Eloisa, aunque abocados al debate filosófico el uno, o la vida monástica la
otra, nunca dejaron de amarse apasionadamente, pensando sin más, el uno en el
otro. No pudieron morir juntos, pero protagonizaron la terrible desdicha de un
amor imposible que si bien no les dio la felicidad de vivir uno cerca del otro,
si les dio la de haberse sabido amados.
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