sábado, 1 de febrero de 2020
La Leyenda De La Mutisia
Hace ya mucho tiempo
los fértiles valles de la cordillera estaban ocupados por tribus
mapuches. Painemilla (oro azul), era un cacique altanero y violento
que pretendía imponer su dominio sobre todas las tribus vecinas. Los
que no se le sometían eran sus enemigos irreconciliables y con ellos
mantenía frecuentes guerras.
Tal era el caso de
Huenumán (cóndor del cielo), quien no se doblegaba a las
pretensiones de su vecino y seguía luchando por su independencia y
autonomía. Un antiguo rencor separaba a ambos jefes de sus súbditos.
Pero la flor del amor brota también en lugares inhóspitos como los
pehuenes entre las rocas. Así sucedió que Millaray (flor de oro),
la joven hija de Painemilla, se enamoró locamente de Ñancumil
(aguilucho de oro), hijo precisamente de su enemigo, el cacique
Huenumán. Se vieron muchas veces a escondidas por temor al odio
entre sus padres. En cierta ocasión, toda la tribu de Painemilla
estaba reunida celebrando un Nguillatún en una gran explanada.
Durante la noche todos dormían menos la machi que velaba junto al
rehue (altar), cuidando la sangre del animal sacrificado.
De pronto, un
graznido potente rompió el silencio nocturno: era el Pun Triuque
(chimango de la noche) quien con su grito de alerta presagia
desgracias. La machi se estremeció y escuchó atentamente cualquier
ruido que pudiera delatar el suceso anunciado por el pájaro agorero.
Miró atentamente a su alrededor escudriñando a través de las
tinieblas. Un ruido sospechoso hizo que enfocara hacia allá su
mirada observando cómo sigilosamente escapaban entre las sombras dos
jóvenes que alcanzó a reconocer: eran Millaray y el hijo del
enemigo tomados de la mano. La machi quedó perpleja y decidió
consultar con el pillán, o deidad de su devoción, cómo proceder en
estas circunstancia. –“¿Debo o no avisar al padre de la niña?”
–“Sí” - le contestó el pillán. Inmediatamente corrió al
toldo del cacique y delató la fuga de su hija. Al salir se
sobresaltó de nuevo. ¡Oh desgracia! Por segunda vez escuchó el
alarmante grito del Pun Triuque. Painemilla muy enojado ordenó la
persecución y captura de los muchachos. Al poco rato fueron
apresados y traídos ante la presencia del cacique. Inmediatamente
fueron juzgados y condenados a muerte.
De nada les sirvió
explicarles que querían casarse respetando todos los rituales y
costumbres de la tribu y que nada malo les hacían a los demás. El
no participar del odio al enemigo era para ellos un gran delito.
Inmediatamente se dispusieron a ejecutar la sentencia y por tercera
vez se escuchó el afligido y doliente grito del Pun Triuque. Ya
nadie lo escuchó. Ambos jóvenes fueron atados a un poste y con
lanzas y machetes, entre gritos e insultos les dieron la más cruel
de las muertes. Abandonaron los cuerpos ya sin vida colgando del palo
y se retiraron a sus toldos.
A la mañana
siguiente una sorprendente maravilla esperaba a los verdugos de esta
inocente pareja de enamorados. En el mismo lugar donde estaban los
cuerpos de los jóvenes habían nacido unas hermosas flores nunca
vistas hasta entonces. Parecidas a las margaritas, tenían largos
pétalos anaranjados y se abrazaban al poste del sacrificio igual que
una enredadera, como se abrazaban los enamorados. -¡Quiñilhue,
Quiñilhue! –gritaron admirados los primeros que las vieron. Todos
fueron a ver al prodigio y no salían de su asombro. Avergonzados y
arrepentidos, los mapuches empezaron a venerar esa flor llamada
mutisia por los blancos que desconocen su origen, y desde entonces le
dicen Quiñilhue como los primeros que la vieron. Las almas de los
jóvenes amparadas por el Futa Chao (padre grande) en el país del
cielo, se amarán por siempre, mientras esa delicada flor de pétalos
dorados nos recuerda su martirio dado por hombres injustos.
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