viernes, 7 de diciembre de 2018
La leyenda De Vanessa
Eran casi las doce y Robert volvía a casa con su nueva
conquista. Una de las mejores noches de su vida. Sin duda alguna, la suerte le
había sonreído esta vez. Ella era alta, más alta que él; un cuerpo escultural,
cabello castaño y una melodiosa voz. La conoció esa noche en el bar y fue amor
a primera vista. Pasaron horas tomando y charlando, y mientras la noche
avanzaba, la conversación fue subiendo de tono y habían decidido terminar de
conocerse en su departamento.
Vivía en un barrio de clase media, y, aunque tenía vecinos
divididos por las paredes, había invertido en hacer de su morada un lugar a
prueba de sonido. Nada entraba, nada salía, así podía divertirse hasta altas
horas de la noche escuchando su música favorita. No tenía que escuchar las
peleas de los demás y, lo más importante, nadie escuchaba los gemidos de sus
trofeos.
Ciertamente, se había pulido en eso, y no había cosa en el
mundo que disfrutara más que escuchar esos sonidos en la madrugada, pero los
gemidos que más le gustaban eran los que hacían sus «obras de arte», como le
gustaba llamarlas, justo antes de que la luz de sus ojos se apagase para
siempre.
Sirvió una copa de vino para su pareja y, con una música
suave y velas aromáticas, comenzaron a besarse apasionadamente. Él nunca había
estado tan extasiado, y ella parecía disfrutarlo mucho. Muchos años de práctica
y muchas jovencitas con falsas esperanzas lo habían curtido en el arte de la
conquista; siempre se jactaba de eso. Un movimiento sutil de muñeca y el sostén
había desaparecido; estaba en camino de hacer lo mismo con la parte inferior de
su vestimenta, cuando comenzó a sentirse mareado. Instintivamente, llevó sus
manos a la cabeza justo antes de desplomarse sobre la alfombra de su alcoba.
Lentamente, abrió sus ojos y se encontró amarrado a su
camilla. La joven estaba frente a él muy pensativa, muy ansiosa, cosa que lo
preocupó bastante. Revisaba constantemente su móvil mientras los minutos
pasaban. Finalmente se levantó del sofá y corrió a abrir la puerta. Y allí
estaba ella… la reconoció al instante. La había conocido en el mismo bar, y
abandonado en un lago cercano un par de años atrás. Era ella, sin duda, aunque
la recordaba con mucho mejor aspecto. Recordó cómo había recortado su piel en
esa misma cama, cuánto había disfrutado escucharla llorar y suplicar
misericordia. Había sido muy difícil de convencer para poder llevarla a su
apartamento, y, encima de todo, era virgen. Él había sido su primer y único
hombre, y eso lo hizo mantenerla con vida durante casi una semana. Recordó la
prisa con la que volvía del trabajo para poder disfrutarla nuevamente y cómo
adoraba realizarle los cortes después de consumado el acto. Recordó cómo había
hundido el cuchillo en su pecho la última vez, para, posteriormente, dentro de
una bolsa plástica, depositarla en el fondo del lago. Estaba seguro de no haber
dejado ninguna evidencia y que, efectivamente, la mujer estaba muerta cuando la
perdió de vista entre el fango y el agua.
Ambas chicas cruzaron algunas palabras en voz baja, y la que
debía ser la nueva víctima abandonó el departamento cerrando la puerta
nuevamente, y su antigua conquista colocó un pesado maletín en el suelo y
comenzó a sacar una serie de cuchillos y herramientas que fue colocando sobre
su mesa de noche.
Intentó hablarle, pero Vanessa (o al menos era el nombre que
recordaba) no respondió.
Comenzaba a perder la calma conforme los instrumentos iban
saliendo de uno en uno del viejo bolso e iban siendo depositados en la mesa.
Una leve sonrisa se dibujó en el marcado rostro de la joven cuando el último de
los cuchillos fue depositado en la mesa mientras una enorme lágrima bajaba por
su lastimada mejilla. Lo reconoció al instante. Fue el cuchillo que utilizó
para dar el golpe de gracia, el mismo que quedó enterrado en el pecho de Vanessa
cuan Excálibur en la piedra, coronando su, hasta el momento, Opus magnum. Solía
dejar el arma homicida en el cuerpo de sus víctimas como una burla a los
investigadores, y pasaba horas imaginando el momento en que eran extraídas de
los cuerpos de sus preciados trofeos y llevadas a realizar todo tipo de pruebas
para nunca encontrar la más mínima pista.
Intentó dialogar nuevamente, pero su primera palabra se
convirtió en un enorme alarido cuando la mitad de uno de los cuchillos había
desaparecido dentro de su muslo izquierdo. Con todas sus fuerzas, intentó
liberarse nuevamente, pero debió gritar una vez más cuando el resto del
cuchillo desapareció tras un firme martillazo. El metal había traspasado
completamente su pierna y la mantenía clavada a la base de la camilla. La
pierna derecha no se mantuvo intacta por mucho tiempo. Un enorme cincel se
abrió paso a través de su rodilla, moliendo los cartílagos a su paso y
salpicando de sangre y fluidos todo a su alrededor.
Gritó con todas sus fuerzas, mas no suplicó piedad. De
alguna forma, entendía que esa no iba a obtener misericordia y que era un
merecido castigo por todo el dolor que había provocado.
Vanessa se levantó súbitamente y corrió hacia la cocina,
trayendo consigo una enorme llave de cañería un par de minutos después.
Balanceó el pesado objeto un par de veces cerca de la muñeca de Robert, como
calculando para no fallar el golpe, pero era más pesada de lo que imaginó y el
golpe no dio en el centro, por lo que solo molió la carne y no logró fracturar
los huesos. Un segundo golpe fue necesario y se retorció de placer al escuchar
el chasquido de la fragmentación de los huesos. Balanceó la llave nuevamente y,
mientras Robert profería el alarido de dolor por el segundo golpe en su mano,
varios de sus dientes volaron y parte de su quijada quedó desprendida. El
rostro de su victimaria había cambiado por completo y la duda que reflejaba al
inicio de la tortura había desaparecido completamente.
«Disfrutaré esto lentamente» fueron las primeras palabras
que escuchó de Vanessa antes de perder nuevamente el conocimiento, palabras que
él usaba antes de comenzar sus obras de arte.
Despertó horas después y no podía mover sus labios. El
sangrado había sido disminuido tal y como él lo había hecho incontables veces
con sus trofeos. Su pierna ya no estaba clavada a la camilla, pero aún mantenía
el cuchillo dentro de su carne. Un enorme escalofrío recorrió su cuerpo al caer
en cuenta de que ya no estaba en la posición en la que se había desmayado. Se
encontraba ahora boca abajo y amarrado de tal forma que no podía moverse y su
trasero ahora estaba expuesto.
Muchos instrumentos de diversas texturas y tamaños fueron
utilizados por la joven para su venganza por los cinco días en los que tuvo que
sufrir una y otra vez las violaciones del depravado. El filo de algunos de
ellos aumentaron el dolor inconmensurablemente. Para cuando la noche del tercer
día había caído, el cuerpo de Robert estaba desecho y no quedaba nada de lo que
alguna vez había sido. Toda su moral había sido removida junto con esa parte de
la que alguna vez se pavoneó, y Vanessa se había cobrado cada una de las
torturas a las que fue sometida.
Era casi la media noche del martes 31 de octubre de 2012
cuando Vanessa abandonó por fin aquel departamento. Dejando atrás los despojos
de quien alguna vez le causó tanto daño. Llevando consigo en el bolso el trofeo
que cortó con el mismo cuchillo con el que fue asesinada. Afuera del
apartamento la esperaba la bella joven que le abrió la puerta, y juntas
desaparecieron en la espesura de la noche bajo una nube de humo y un fuerte
olor a azufre.
Algunas horas después la policía irrumpió en el lugar
gracias a una llamada anónima, y Robert fue trasladado muy delicado aunque con
vida al hospital más cercano. La recuperación fue lenta y dolorosa. Muchos
meses pasaron para que pudiera caminar ayudado con un bastón, y, para completar
su larga rehabilitación, consiguió ser trasladado a un lugar de retiro muy
lejos de la ciudad donde sufrió su castigo. Fue recibido amablemente por la
directora de la institución, y se sentía aliviado, pues a pesar de las
torturas, aún poseía un poco de encanto. Lo guiaron hacia su nueva habitación
donde lo esperaba su nueva enfermera, quien lo asistiría hasta que lograra
recuperarse completamente. Era hermosa y muy amable. Por fin la vida comenzaba
a sonreírle nuevamente. Se volteó para que la enfermera lo ayudase con el
abrigo, era Vanessa y esta lo abrazó por detrás suavemente mientras le
susurraba al oído:
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