miércoles, 9 de mayo de 2018
La Noche que Nació Esteban
Ya se habían cumplido los nueve meses de embarazo y a la espera del momento indicado durante una noche de invierno, Esther comenzó con las contracciones y levantó a Santiago para dirigirse al hospital más cercano.
Una vez en el hospital, Esther fue atendida por un médico y dos enfermeras. Comenzó a tener las contracciones cada vez más seguidas: el dolor se hace insoportable y el frío de aquella sala parecía acentuarse con el invierno de aquella noche.
El parto se complicó, siendo necesario hacer una cesárea y deciden ingresar a Esther al quirófano rápidamente. Luego de varios minutos, finalmente nació Esteban, un bebé rozagante. Entonces una de las enfermeras le dice que debe llevarse un momento a su hijo, para procedimientos de rutina. Esther, algo confusa, le entregó al bebé. Santiago entró a la sala, le da un beso y pregunta por el bebé, al enterarse de que una enfermera se lo llevó. Santiago quedó pensativo y decidió averiguar lo que sucedía.
Santiago sentía cada vez más el largo pasillo de hospital alumbrado a medias; levantó su mirada al estar de enfermeras y solo hay sillas vacías, por lo que continuó caminando viendo al fondo una silueta de mujer. Logró distinguir que tiene un traje de enfermera y al acercarse se apagó la luz.
Santiago quedó perplejo y lo rodeó un frio paralizante; muerto de miedo, intentó gritar pero no le salió la voz. Súbitamente se encendió un bombillo del pasillo detrás de él, escuchó el llanto de un bebé y desconcertado, se dirigió en esa dirección. De repente pasó un celaje frente a él y es arrastrado por una fuerza maligna hasta la entrada de una habitación en donde estaba un bebé cubierto flotando en el aire siendo arrojado a través de la ventana, por una energía maligna invisible.
Santiago corrió entre gritos y llanto hacia la sala junto a Esther y se percató de una mujer frente a ella. Aturdido, se acercó lentamente y de repente escuchó un grito estremecedor. Una voz que grita, una voz terrible, envuelta en esa maligna energía que lo ha seguido por este largo hospital. Una mueca maligna en su rostro y un puñal que brillaba bajo la luz. Santiago sólo puede sentir cómo de sus entrañas brota la sangre, tras la puñalada que la enfermera maligna le ha propinado.
“¡Mi amor despierta, ya es tiempo!”, le dice la voz de su esposa, aún embarazada, aún en casa. ¿Es este un sueño o el principio de una pesadilla?, se increpa Santiago.
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