jueves, 3 de noviembre de 2016
Mudubina
En el reino zapoteca vivía una vez un príncipe tan gallardo
y tan valiente, que su fama se extendió por la tierra y llegó al cielo. El
alba, que le veía cada día realizar sus hazañas, por la noche, cuando los
hombres dormían, se las relataba a las hijas del emperador del cielo. Brillan
éstas durante la noche en el firmamento y de día se esconden para no ser vistas
por los mortales.
Y sucedió que la más hermosa de todas ellas llegó a sentir
un amor tan grande por el príncipe terreno, que un día, aprovechando la
ausencia de sus hermanas, y sin que la sintiera el alba, bajó a la tierra y
esperó junto al río de Juchitán el paso del amado. Cuando allí la encontró el
joven príncipe, quedó cautivado por su belleza y se la llevó en brazos al
palacio real.
Mientras tanto, el cielo, apesadumbrado, se ennegreció y las
nubes lloraron copiosamente. Las diosas celestes quisieron impedir que su
hermana se uniera con un mortal y se reunieron para tomar un acuerdo. Y cuando
poco tiempo después se celebraba la boda, entre los festejos del pueblo, una de
ellas, transformada en suave brisa, bajó a la tierra y penetró en la alcoba
nupcial. Una vez allí, recobró su forma y anunció a su enamorada hermana la
decisión que en el cielo se había tomado sobre ella. Tendría que quedarse para
siempre en la tierra, bajo la apariencia de una flor, viviendo sobre las aguas
de una laguna. Durante el día cerraría sus pétalos para aislarse de los
mortales y sólo durante la noche se abriría para recibir la visita de sus
hermanas. Una vez que la diosa terminó sus palabras, desapareció, y con ella la
joven novia, a quien nadie volvió a ver, y en la laguna Chivele se irguió una
flor verdinegra, de tallo recto y delicado, nunca vista hasta entonces. Más
adelante la llamaron mudubina.
El príncipe no se podía consolar; su desesperación era tan
grande, que el rey zapoteca, su padre, llamó a sus Vinnigenda, viajeras de
todos los vientos, y les encargó que buscasen a la prometida de su hijo. El rey
zapo-teca dominaba la tierra, en la que no había nada que pudiera resistir a su
poder; pero ni él ni sus Vinnigenda podían modificar las decisiones del cielo.
Así se lo dijo la más vieja de ellas, la primera que adivinó el secreto de lo
que había ocurrido. Y entonces el príncipe le suplicó ardientemente que le
transformase a él en otra flor de la laguna. La Vinnigenda oyó sus ruegos y a
su conjuro nació el xtagabñe, el nenúfar.
Desde entonces ambos viven sobre las aguas de la laguna. La
mudubina tiene el corazón teñido de rojo por el fuego de su amor y sólo abre
sus pétalos de noche. El nenúfar tiene su corazón amarillo, porque está teñido
de melancolía, y, como ser terreno, vive de día. Pero quizá quieran los dioses
que se encuentren alguna vez.
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