jueves, 3 de noviembre de 2016
La Leyenda de Tangu Yuh
En Tehuantepec, muy al sur de México, hay un juguete que se
hace especialmente para el Año Nuevo: una pequeña figura de barro de la diosa
Tangu Yuh. Está vestida igual que las mujeres zapotecas que viven en
Tehuantepec: lleva una amplia falda con volantes sobre una enagua blanca
plisada y un huipil con brillantes bordados. Sus trenzas, entrelazadas con
listones de colores, están reunidas en lo alto de su cabeza como una corona.
Sus ojos son negros y relucientes, sus labios rojos como jitomates y sus brazos
se extienden como para acercarte a ella.
¿Sabes por qué Tangu Yuh es especial para el pueblo de
Tehuantepec en el día de Año Nuevo? Porque una vez, hace mucho tiempo, ella los
visitó en esa fecha. En aquella época, todos los zapotecas vivían juntos y muy felices.
Se ayudaban en todo, desde la siembra hasta la construcción de sus casas.
Su tierra siempre estuvo dividida en tres partes: norte,
centro y sur. Hoy en día, como en aquel entonces, las mujeres del norte tejen
hermosas telas que bordan con hilo de seda.
Los hombres de esa zona eran famosos cazadores de iguanas,
venados y jabalíes.
La gente del sur eran los artistas de Tehuantepec. Hombres y
mujeres trabajaban el barro y la madera y modelaban recipientes y también
tambores y flautas, que tocaban toda la tarde.
En la región central de Tehuantepec estaban los
comerciantes. Las mujeres dirigían los mercados. Y eran los hombres los que
llevaban los tejidos y las pieles de sus vecinos a las tierras altas de las
montañas. Ahí intercambiaban esa mercancía por recipientes de barro verde
vidriado y jícaras labradas que les gustaban mucho a los zapotecas.
En general, los zapotecas vivían en paz y cooperación mutua.
Pero siempre hay problemas, incluso en el paraíso. El problema para los
zapotecas era que nadie en Tehuantepec se sentía realmente especial. Los
alfareros del sur pensaban con frecuencia: —Nuestras vasijas son bellas, pero
también lo son los tejidos de nuestros hermanos del norte.
La gente de la región central se decía: —¡No entiendo! ¿Por
qué tenemos que viajar tan lejos para comerciar con lo que hacen nuestros
hermanos y hermanas? ¿Acaso somos sus sirvientes?
Pero en los cielos, los dioses estaban más que satisfechos
con la armonía y tranquilidad que reinaba en Tehuantepec. Desde sus alturas, no
podían ver los oscuros pensamientos y las sensaciones de enojo en las mentes y
los corazones de la gente. Los dioses decidieron que los zapotecas debían verse
bendecidos con la visita de uno de ellos y eligieron a Tangu Yuh como
representante.
Entonces algo increíble le sucedió al pueblo de Tehuantepec
en la víspera del Año Nuevo. Justo cuando los niños daban vueltas en la cama, y
sus padres, recién levantados, se desperezaban para preparar el desayuno, un
resplandor de relámpagos atravesó el cielo. Pero en lugar de oírse el trueno,
que usualmente suena durante las tormentas, una música celestial llegó a la
tierra. De pronto, extrañas criaturas con alas gigantescas de plumas de plata
llenaron el cielo, tocando trompetas y palos de lluvia. Una voz mágica hizo eco
en el firmamento y anunció que una diosa quería visitar al pueblo más feliz de
la tierra.
¡Era Tangu Yuh! Se veía tan hermosa, con su ondeado cabello
oscuro y su reluciente falda de terciopelo. ¡Mágicamente hermosa! Era tan bella
que nadie podría describirla.
Los habitantes de la región del norte estaban sorprendidos
de ver que la diosa traía puesto un vestido como los que ellos usaban en sus
fiestas. Pero el de Tangu Yuh brillaba como el oro y sus colores eran
vivísimos. La rodearon, estudiando el diseño de su traje para grabarlo en su
memoria. Si lograban reproducirlo, ¡lucirían espectaculares! Era una locura.
Por los valles y las colinas, las trompetas anunciaron a los
de la región del centro que era su turno. Tangu Yuh voló por el cielo del valle
para llegar hasta ellos. ¡No podían creer que la diosa les hablara en su propia
lengua! ¿Qué verdad celestial podría decirles acerca de sus actividades
comerciales? Si escuchaban el consejo de una diosa, ¡se volverían el pueblo más
rico de la tierra! Todos de la región del centro, hombres y mujeres, le hacían
preguntas a gritos a Tangu Yuh al mismo tiempo. Un tremendo barullo se elevaba
hacia el cielo. Nadie podía oír nada.
Finalmente, la diosa descendió sobre la región sureña. Sus
habitantes corrieron a reunir sus instrumentos musicales para poder recibir a
la diosa con trompetas resonantes y melodías celestiales. Se reunieron en el
centro del pueblo y tocaron con todas sus fuerzas. ¡Seguramente Tangu Yuh se
daría cuenta de que los habitantes de la tierra podían hacer música como los
mismos dioses! Algunos soplaron tanto en sus flautas que acabaron desmayándose.
Algunos golpearon sus tambores con tal ímpetu que las baquetas se partieron por
la mitad. Se formaron en procesión y marcharon hacia el centro. Todo era un
desastre.
— ¡Mira! Ahí vienen los del sur, tocando música —decían los
del centro y del norte—. ¿Por qué tardaron tanto?
Viendo la confusión y el desorden que había causado, Tangu
Yuh se preguntó: —¿Y ésta es la tierra de armonía y paz que vine a alabar?
Estaba muy desilusionada y molesta. Reunió a los seres
celestiales y volaron directamente hacia las nubes.
Cuando los de la región del sur llegaron donde sus vecinos,
la diosa ya había regresado a los cielos.
Los sureños se sentían muy mal. Apenas habían visto a Tangu
Yuh antes de que desapareciera y acribillaron a sus vecinos con preguntas:
—¿Cómo era? ¿Cómo eran sus ojos? ¿Y su voz? ¿Qué les dijo?
Pero los norteños habían estado tan concentrados en copiar
el diseño de su traje que en realidad no habían observado bien a Tangu Yuh. Y
los del centro le habían hecho tantas preguntas que nunca se enteraron si las
había contestado o no.
El desaliento reinó en Tehuantepec. Los telares callaron y
los hornos de barro se quedaron vacíos. Los zapotecas, normalmente risueños y
cantarines, estaban cada vez más tristes. Esperaron y observaron el cielo
durante muchos días, deseando que Tangu Yuh retornara. Pero no lo hizo, así que
todos volvieron a su trabajo. Los norteños empezaron de nuevo a hilar, pero sus
telas eran ahora un poco más bellas después de haber visto a Tangu Yuh. Los del
centro siguieron comerciando, pero fueron un poco más justos porque se sentían
bendecidos por la diosa. Y los habitantes del sur crearon una canción, con una
suave y triste melodía y se la enseñaron a los del centro y del norte:
Diosa de la tierra,
¿Qué no hubiera dado por ver tus ojos?
¿Qué no hubiera dado por ver tus ojos?
¡Diosa de la tierra!
El tiempo pasó y la gente ya no les hablaba de la diosa a
sus hijos. Era como si hubiera sido un sueño, flotando en la noche. Pero cada
año, en la noche de Año Nuevo, todos se reunían y cantaban la canción de Tangu
Yuh lenta y tristemente.
En los cielos, los dioses oían la canción y observaban a los
habitantes de Tehuantepec. Notaron que los del norte hilaban telas para todos.
Notaron que los del centro comerciaban con todos sus vecinos. No estaban
convencidos de que otra visita de Tangu Yuh sería diferente. Pero Tangu Yuh sí
lo creía. —Permitamos que mantengan la esperanza —dijo.
Así que una vez, a la mañana siguiente del Año Nuevo, cuando
nadie lo esperaba, la música de las trompetas celestiales sonó en todas las
plazas y una voz tronó en el centro de cada poblado: “¡Tangu Yuh! ¡Tangu Yuh!”,
decía.
Y el eco de esa voz alcanzó todos los rincones de la tierra
y del cielo. ¡Qué alegría sintieron los zapotecas! Sin perder un instante,
comenzaron a planear una fiesta en su honor, la más grande que pudieran
imaginarse.
Desde entonces, el espíritu de Tangu Yuh está con ellos cada
Año Nuevo, cuando se celebra su fiesta. Antes del Año Nuevo, los norteños
comienzan a tejer ropa nueva. Los comerciantes del centro traen nuevos
alimentos de más allá de las montañas. Cada año, los sureños componen nuevas
canciones para los coros de Tangu Yuh. Pero sobre todo, los alfareros del sur
hacen nuevas figuras de barro de la diosa, y cuando las piezas son retiradas
del horno, se oye un murmullo que viene desde arriba. Todos los habitantes de
Tehuantepec están convencidos de que cuando los alfareros logren capturar con
realismo el rostro de Tanguh Yuh, ella los visitará de nuevo.
Cuando regrese, le tendrán lista su fiesta. Habrá una banda
musical a la cabeza de una enorme procesión. Las banderolas ondearán en cada
techo y las flores se desbordarán en cada balcón, en cada ventana. Habrá
chocolate, pan dulce y mezcal, valses y danzones para bailar. Todo y todos
festejarán a Tangu Yuh. Seguramente, ella volverá.
Glosario
Enagua: prenda de vestir para mujeres que se utiliza debajo
de la falda.
Huipil: del nahua huipilli. Especie de blusa o falda
adornada que usan las mujeres indígenas.
Jícara: del nahua xicalli. Vasija pequeña de madera,
ordinariamente hecha de la corteza del fruto de la güira o de loza, que suele
emplearse para tomar chocolate u otros alimentos.
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