En la tradición islámica se dice que Alá hizo a los ángeles con luz, a los hombres con polvo, y a los Djinns con fuego.
La fisionomía de los djinns es bastante complicada, ya que usualmente se los describe con un cuerpo que carece de materia sólida, y que está conformado por una especie de fuego negro y sin humo, del cual brota un hedor insoportable.
Fueron creados (siempre dentro de la tradición islámica) dos mil años antes de Adán, pero su raza no llegará a ver el Final de los Tiempos.
Pueden asumir una forma más o menos humana. Al principio se muestran como una columna de vapor, alta e indefinida; luego, según su voluntad, se presentan como un hombre, un chacal, un escorpión o una serpiente.
Lo curioso de estos seres es que entre ellos hay espíritus creyentes, ateos, agnósticos, e incluso heréticos. El porcentaje no está sujeto a las interpretaciones del Profeta.
Antes de matar a un reptil, afirma el Alcorán, debemos pedirle que se retire en nombre del Profeta. No se nos dice qué debemos hacer en el hipotético caso de que el batracio se resista a respondernos.
Muchas de las actividades de los djinns son prosaicas, suelen volar o hacerse invisibles. A menudo, durante sus vuelos logran llegar hasta el Cielo Inferior, donde escuchan a escondidas las conversaciones de los ángeles sobre acontecimientos futuros. De esta manera, pueden ayudar a los brujos, quienes habitualmente tienen comercio con estos indiscretos seres.
Se cree que los djinns disfrutan enterrando a la gente, y raptando hermosas mujeres. Arriesgamos una hipótesis: los primeros acaso son los maridos de las segundas. Que los sabios de la tradición recojan el guante.
Para evitar sus desaforadas actividades conviene invocar el nombre de Alá. Sus moradas más comunes son las ruinas o lugares abandonados, siempre que estén en el desierto. Los egipcios les atribuían las tormentas de arena, y aseguraban que las estrellas fugaces eran dardos arrojados por Dios a los depravados djinns.
Según otras tradiciones, los djinns habitan en una especie de mundo subterráneo, ya que Ibis (también llamado Seitán), un demonio de la religión islámica, es su padre y Señor.
Originalmente pertenecían a las tradiciones semíticas, quienes les atribuían el conocimiento, el cual no podían revelar, de todo lo que inquieta y desespera a los seres humanos. Tal vez por ello moraban perpetuamente en el desierto, y sólo se dejaban ver por los peregrinos extraviados y por los dementes.
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