Se desempeñaba como cocinera en la hostería Los Tres Reyes, en la ciudad de Texcoco, inmueble ubicado en la esquina que forman las calles de Juárez y Morelos. Se dice que quien probaba sus guisados quedaba maravillado, al grado de volverse asiduo cliente del lugar. Por esta razón, Adelina tenía muchos pretendientes y no le importaba entablar amorios con varios de ellos, ya que así se enteraba si poseían alguna fortuna. Para su mala suerte, ninguno de estos caballeros era rico ni provenía de una familia adinerada.
Adelina sólo utilizaba a los hombres y les hacía creer que sería su esposa, pero más tardaba en decírselos que en colgarse repentinamente del brazo de otro caballero. Esta situación le creó mala fama entre los habitantes, sobre todo entre los varones, que cada vez eran menos los que se atrevían a tomarla en serio.
Por estos días llegó a la región, el nuevo párroco de la Iglesia, un hombre de edad madura, llamado Juan. Rápidamente las personas lo llevaron a comer a la posada de los Tres Reyes; ahí conoció a Adelina y aunque sabía que cometía pecado, quedó prendado de ella, debido al buen sazón de su comida.
Se dice que el traslado del sacerdote fue para aplacar los rumores de la gente debido a su comportamiento inadecuado en otra región. Así fue como fray Juan llegó al poblado, donde sus malas acciones persistirian.
Adelina y el padre se hicieron amantes, la mujer sabía que si alguien podía cumplirle todos sus caprichos era precisamente el clérigo, pues había mostrado ser un hombre adinerado y codicioso. Se veían a escondidas en una habitación que astutamente habían acondicionado en el interior de la posada. Así pasaron los días y la gente notaba la amistad tan estrecha que había surgido entre el sacerdote y Adelina; al principio lo veían como una situación normal, sin embargo, pronto las mujeres comenzaron a sospechar y decidieron vigilarlos. El tiempo les dio la razón, descubrieron que todas las noches llevaban una vida de marido y mujer. La noticia corrió como reguero de pólvora, los habitantes al enterarse exigieron que se resolviera el problema. Como no tuvieron una respuesta pronta de las autoridades eclesiásticas, la gente se reunió para poner fin al asunto. Llenos de cólera encendieron antorchas y se dirigieron hasta la casa donde se encontraba Adelina, quien, al escuchar los gritos, se encerró en su habitación y esperó a que todo se calmara.
Minutos después, los dueños de la posada intentaron apaciguar los ánimos de las personas enardecidas, cerraron puertas y ventanas para evitar que destrozaran el lugar, no obstante, resultó contraproducente, pues la muchedumbre creyó que protegían a la mujer y eso los enfureció más. Indignados decidieron predenerle fuego al inmueble, quedando atrapados los dos patrones y Adelina. Cuando la casa se consumió por completo, se encontró el cuerpo calcinado de Adelina, atada de pies y manos, en un rincón de una de las habitaciones.
Cuenta la leyenda que los dueños de Tres Reyes deseaban proteger su negocio por lo que amarraron a la mujer para entregarla a la enardecida multitud; pero la gente no permitió que los patrones pronunciaran palabra alguna.
Desde entonces los habitantes llamaron a ese sitio la Casa de la Quemada, ya que se creía que el alma de Adelina penaba en el lugar y en ciertas ocasiones se les aparecía a todos aquellos que provocaron su muerte.
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