miércoles, 11 de enero de 2017
Los Dybbuk, Almas Alejadas De La Luz
La palabra ‘dibbuk’ significa “espíritu atado” en yiddish[1]
y designa un concepto judío que expresa una de las posibles situaciones del
alma tras la muerte. Concretamente un dybbuk es el alma —en la que predomina el
mal sobre el bien o simplemente es espiritualmente poco evolucionada— de
alguien que, tras morir, no ha podido continuar con el ciclo natural de
encarnaciones necesarias para llegar a cumplir el fin espiritual individual que
Dios le ha dado y, en consecuencia, se ha quedado en el mundo y busca poseer el
cuerpo de alguien que, por su naturaleza y situación de vida, resulte propicio
para cumplir aquellos fines y deseos que no fueron satisfechos mientras el
dybbuk vivía.
Sea cual sea el caso, todo dybbuk ha sufrido el “karet”;
esto es, la situación de separación que, como consecuencia natural de las malas
acciones efectuadas en vida, experimenta un alma con respecto a Dios. A pesar
de eso el grado de oscuridad espiritual de un dybbuk puede variar, dándose el
caso de quienes en vida fueron auténticamente malvados (violadores, asesinos,
torturadores, etc) y el de quienes simplemente tomaron caminos equivocados
(drogadicción, dedicación completa de la voluntad a conseguir dinero y cosas
mundanas, etc) o muy alejados de Dios pero no por ello propios de ser
encasillados en la esfera de la maldad. Por ello la finalidad principal que un
dybbuk busca con la posesión puede variar; siendo, por ejemplo, huir del
castigo divino en un caso extremo o el acabar ciertos asuntos pendientes en el
caso de un dybbuk que, por haber pecado menos, tiene menos que temer.
En el Talmud se habla de espíritus desencarnados y de
exorcismo pero sin embargo no se destaca el concepto de la transmigración
(reencarnación), necesario para la concepción del dybbuk propiamente dicho. Y
es que la idea del dybbuk aborda el judaísmo con la introducción de la creencia
en la reencarnación, hecho éste vinculado a la presencia de su raíz conceptual
en fuentes griegas, indias, gnósticas, cristianas (del cristianismo primitivo)
e islámicas (de la escuela Mu’tazili principalmente), fuentes todas ellas que
en alguna u otra forma y medida no estuvieron del todo desvinculadas al
misticismo judío que abrazó la teoría de la reencarnación otorgándole, desde
luego, un fundamento teológico en el corpus de la revelación judía y de la
teología desarrollada en torno a aquel.
Puntualmente fue en el siglo octavo, dentro del misticismo
desarrollado por ciertos eruditos de las comunidades judías de Europa, cuando y
pese a la oposición de muchos teóricos la idea de la reencarnación realmente
entró. Ejemplo de la fuerza que obtuvo la vemos en un libro tan clave como el
Zohar (s. XIII), en cuyo versículo 186b dice: ‹‹Siempre que una persona fracasa
en su propósito en este mundo, Dios, Bendito Sea, la arranca de raíz y la
vuelve a plantar una y otra vez, repetidamente››. Ya en el siglo XII ésta idea
de la reencarnación pasó a formar parte establecida de la Cábala; y después, en
el siglo XVI, algunas escuelas y sobre todo la del Círculo de Safed, tomaron
esta teoría en el marco de la cual el místico Isaac Luria (líder del Círculo de
Safed) sentó las bases de la creencia judía en el dybbuk, concepto que, junto a
los del gilgul y el ibbur, sería clave para la comprensión teológica de las
posibilidades situacionales del alma en su dinámica evolutiva orientada a la
consecución del propósito divino.
Finalmente los discípulos de Isaac Luria llevaron la idea un
paso más allá con la teoría de la posesión efectuada por el dybbuk y, más
adelante en lo que fueron los inicios del s. XX, el folklorista y erudito judío
S. Ansky dio un salto a la popularidad del dybbuk cuando en 1916 publicó su
obra Der Dybbuk, inicialmente escrita en yiddish pero posteriormente traducida
a varios idiomas.
En la idea judía de reencarnación ocurre que, cuando una
persona muere, normalmente su alma experimenta la situación de gilgul (palabra
hebrea que literalmente significa “rodar”), lo cual no es otra cosa que el
hecho de transmigrar, de pasar de forma natural a encarnarse (al momento de
nacer, no en la concepción como creen los católicos) en otro cuerpo, durante un
número de años previamente fijado por decreto divino. Así el gilgul es el
proceso normal que media entre una vida y otra en el ciclo de reencarnaciones,
ciclo que en el judaísmo no es indefinido sino que se detiene cuando el alma ha
cumplido el propósito individual que Dios le otorgó.
Ahora bien, hay veces en que el alma no pasa a encarnarse en
su siguiente vida sino que se queda paralizada en el proceso, se queda sin
cuerpo dentro del mundo. Es entonces, y en virtud de que las almas presentan
una tendencia natural a buscar estar en un cuerpo (al menos eso es lo que se
cree en el marco teológico del dybbuk), cuando puede ocurrir uno de los
siguientes casos:
El primer caso, y que corresponde a la segunda forma de
transmigración, es el del dybbuk. En este caso y como ya se dijo, el alma
corresponde a una persona mala o poco evolucionada. Ésta alma busca entonces
poseer el cuerpo de otra persona: sea para evitar el castigo de los ángeles que
ayudan a separar el alma del cuerpo, sea para superar (con acciones en el
cuerpo a poseer) o evitar castigos relacionados a su vagabundeo por la Tierra,
sea para buscar venganza o simplemente para huir de su situación de extravío.
Así, bien puede ser que la persona viva no sienta que un dybbuk le ha poseído o
por el contrario si el dybbuk se manifiesta puede atormentar a su portador.
El segundo caso, correspondiente a la tercera forma de
transmigración, es el del ibbur (palabra hebrea para “impregnación”), un caso
que se diferencia del dybbuk en el hecho de que siempre es temporal (solo dura
un periodo de la vida del poseído) y siempre se trata de un alma altamente
evolucionada en la que despuntan la bondad y la sabiduría, alma ésta que no
necesariamente entra en el cuerpo del viviente porque ha estado vagando por la
Tierra sino que bien puede darse el caso de que el ibbur haya estado junto a
Dios y, por un puro impulso de bondad y amor, haya pedido descender a la Tierra
para tomar el cuerpo de una persona y así ayudarle, con su naturaleza superior,
a cumplir el plan que Dios le asignó. No obstante también puede ser que el
ibbur busque poseer el cuerpo del viviente para cumplir un propósito propio,
tal como cumplir una promesa, realizar un mitzvá (deber religioso) o efectuar
cualquier otra tarea (siempre moral y espiritualmente buena) que precisa de un
cuerpo físico para su cumplimiento; mas, aunque así fuere, la posesión del
ibbur resultará igualmente muy positiva para la vida espiritual del viviente. Y
es que tal es la luminosidad espiritual del ibbur que, según los cabalistas,
puede explicar muchos casos en los que una persona común ha tenido estados
místicos o en los que un místico ha sido arrebatado a estados en los que ha
oído y/o visto cosas sorprendentes, cosas de una naturaleza tan lejana a las
cosas usuales que, en virtud de aquello, no pueden ser explicadas por el
discurso racional y precisan del lenguaje de la poesía, las paradojas y otros
rodeos de la expresión figurativa e indirecta. Podemos sin embargo preguntarnos
a quiénes tienden a ayudar más los ibbur que entran en un cuerpo para cumplir
fines propios del plan divino asignado a la persona poseída. La respuesta es
clara: a aquellos que están extraviados en el sendero de la vida, que no
encuentran su propósito espiritual, a quienes están atravesando situaciones
difíciles que el ibbur ha superado exitosamente cuando estaba vivo; y claro, a
quienes sin estar espiritualmente desorientados se hayan intentando superar
algún defecto o problema interno (que el ibbur ya superó) o bien se hayan
queriendo conseguir una meta (externa) elevada y difícil. Es debido a ese papel
de guías e inspiradores espirituales que los ibbur, cuando han cumplido su
tarea y se marchan, suelen dejar en quien fue poseído (la palabra técnica es
“impregnado”) una sensación de vacío y muchas veces un estado de depresión
ligado a la pérdida de un pálido reflejo (el ibbur) de la luz del Creador,
estado éste que los rabinos aconsejan superar considerando todo lo bueno que el
ibbur hizo por nosotros y teniendo en cuenta que, si se marchó, es que ya hizo
lo que tenía que hacer el ibbur.
El dybbuk busca personas en las que se ha abierto cierta
separación entre el cuerpo y el espíritu (y tiene una gran capacidad para
detectar dichas personas), ya que es a través de esa separación que el dybbuk
puede colarse y efectuar la posesión. Es por eso que el dybbuk generalmente
prefiere tomar el cuerpo de una mujer, puesto que las mujeres son más propensas
a sufrir problemas emocionales y enfermedades psicológicas en las cuales el
cuerpo y el espíritu desarrollan una problemática que los desvincula en cierto
grado. O al menos eso es lo que en general creen en el judaísmo, una cultura
especialmente machista.
Pero las razones de elección del dybbuk van más allá de eso.
SegúnGershon Winkler, estudioso con más de 25 años de experiencia[2] en el
campo de la investigación sobre folklore judío, espiritualidad judía y raíces
chamánicas del judaísmo, “el dybbuk elije a alguien que está en el estado donde
su alma y su cuerpo no están totalmente conectados entre sí a causa de la
melancolía severa, la psicosis y ese tipo de cosas. Entre los no que no están
integrados, busca a alguien en particular cuya vida actual esté atravesada por
situaciones que el espíritu poseedor tuvo que pasar, por lo cual éste espíritu
percibe compatibilidad con alguien que está luchando con lo mismo que él luchó.
Digamos que en mi corazón tengo un deseo de robar todas las tiendas que me
convenga robar, pero no sigo este deseo porque no tengo agallas. Bien pues, el
espíritu de alguien que haya hecho eso se sentirá atraído por mi deseo de
hacerlo y me poseerá porque somos compatibles”. Pero las palabras de Winkler no
deben dar lugar a la interpretación equívoca de que una persona que cede a sus
peores deseos o inclinaciones está siendo víctima de un dybbuk pues, como de
otras palabras suyas se desprende claramente, la posesión del dybbuk presenta
signos específicos: “Se puede decir que es real si la persona es capaz de
hablar las cosas que de otro modo no sería capaz de conocer. Debido a que el
alma que hay en el poseído no se integra lo suficiente para ser sujeta al
tiempo, espacio y materia, éste sería capaz de decirte cosas que no se conocen
normalmente, cosas como lo que soñaste la noche anterior, lo que está pasando
en la calle, tal vez incluso pueda hablar un idioma diferente que nunca ha
conocido antes”.
La Cabalá dice que existe una forma específica para
exorcizar al dybbuk. Dicha forma se basa en tocar música ceremonial con un
cuerno de carnero (el shofar). Pero no cualquiera debe tocar el cuerno: debe
ser un rabino experto en la Cábala. Además, el rabino deberá estar acompañado
de 10 personas (reunidas preferentemente en una sinagoga) capaces de soportar
la experiencia y de formar un círculo santo de protección en torno al poseído,
todo esto mientras se repiten textos sagrados. Concretamente todos deben
recitar el Salmo 91 mientras el rabino hace sonar el shofar para desorientar a
la entidad. El proceso de recitación del Salmo 91 se repetirá tres veces, pues
solo así será posible la comunicación con el dybbuk, dentro de la cual se le
pedirá que abandone el cuerpo del poseído y se le indicará qué camino seguir
para su propia salvación.
Muchas historias muestran que el rabino, que debe ser
siempre un individuo piadoso, está asistido por un maguid (espíritu benéfico) o
por un ángel. El rabino Gershon Winkler es alguien que ha llevado a cabo varios
exorcismos. Él contó lo siguiente: “Nosotros soplamos el cuerno de carnero de
cierta forma, con ciertas notas, en vistas a romper el cuerpo, por así decirlo.
Así el alma que está poseyendo será soltada. Después de que se ha soltado
nosotros podemos empezar a comunicarnos con ésta y preguntarle por qué está
aquí. Podemos orar por dicha alma y hacer una ceremonia para permitir que se
sienta segura y así terminar para que pueda dejar el cuerpo de la persona”
No obstante en ciertos casos el primer paso del proceso es
la entrevista con el dybbuk, cosa que se realiza para determinar por qué el
espíritu no ha cambiado, información ésta que será clave para que el rabino
convenza al dybbuk de salir. Otra cosa importante es descubrir el nombre del
dybbuk, ya que según el folklore judío, es preciso conocer el nombre de una
entidad para poder darle órdenes. También, al menos según muchas historias, la
entrevista es importante pues son muchos los dybbuk que encuentran gran
complacencia en saber que alguien se interesa por ellos y por los problemas que
les han llevado a hacer lo que han hecho.
Para el autor Howard Chajes existen diversas combinaciones
de objetos y conjuros empleados para expulsar al dybbuk. Un gran ejemplo es el
de la fórmula en la que el exorcista utiliza un frasco vacío y una vela blanca.
En esa variante, el exorcista recita un conjuro para ordenar (si aún no se
conoce el nombre) al dybbuk a decir su nombre, tras lo cual recita un segundo
conjuro en el que se ordena al dybbuk que abandone el cuerpo de la persona y
llene el frasco. Sorprendentemente y cual si de un videojuego o historia
fantástica se tratase, el frasco se iluminará de rojo si el dybbuk cumple la
orden.
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