miércoles, 3 de febrero de 2016
La Maldición de Carmen Winstead
Cuenta la leyenda que un grupo de
amigas queriendo gastar una broma a una compañera del colegio la
tiraron por el hueco de una alcantarilla. La chica se partió el
cuello en la caída y desde entonces comenzaron a…
Finalizada la hora del almuerzo
escolar, la maestra les comunicó a los alumnos que la junta
directiva había planificado un simulacro de incendio en el que todos
debían participar.
Poco después sonó la alarma y los
alumnos salieron para reunirse en el patio. Era un día caluroso, con
el cielo despejado y un sol que hacía arder la piel, llenando las
frentes de los estudiantes con pequeñas gotas de sudor.
La maestra comenzó a leer la lista de
nombres. Todos alzaban la mano y decían “presente” de forma
mecánica, consumidos por el aburrimiento. Sin embargo, una chica de
un grupo de cinco amigas se fijó en el hecho de que Carmen (una
compañera de clase) estaba de pie junto a la alcantarilla, a la que
le faltaba la tapa desde hacía semanas, y aún faltaba bastante para
que la maestra leyera su nombre. Sus ojos brillaron. Carmen estaba
entre las últimas de la larga lista organizada en orden alfabético:
¿qué pasaría cuando la llamen si caía en la alcantarilla?
“¡Carmen está en la alcantarilla!”, podrían corear y entonces
todos reirían a carcajadas y la pobre Carmen sería el hazme reír.
Quién sabe, incluso podrían terminar por bautizarla como “La
Chica de la Alcantarilla”. La oportunidad de romper el aburrimiento
y hacer historia era perfecta, así que les comunicó discretamente
la idea a sus cuatro amigas y todas empezaron a agolparse en torno a
Carmen, fingiendo torpeza para empujarla y hacerla caer sin que
aquello pareciese premeditado…
La maniobra fue perfecta, Carmen apenas
emitió sonidos de queja mientras la hacían caer y, cuando dijeron
su nombre, las cinco chicas empezaron a gritar: “¡Ella está en la
alcantarilla¡ ¡Ella está en la alcantarilla!”.
Un mar de carcajadas se desató, pero
las risas empezaron a silenciarse cuando la maestra se acercó a ver
y, antes de que emitiera palabra alguna, se giró y miró a todos con
una mueca impregnada de angustia y terror. La situación no inspiraba
risa alguna: Carmen había caído de cabeza en el hueco y al
aterrizar su cabeza se había torcido hacia un lado en una posición
totalmente imposible, su cara casi sin piel después de haberse
raspado contra las paredes de la alcantarilla en la caída y una
mueca espantosa como si hubiera tratado de gritar y no hubiese tenido
el tiempo suficiente. La sangre se dispersaba en un charco que se
mezclaba con el excremento húmedo y maloliente que impregnaba todo
su cuerpo.
Las cinco chicas se acercaron a ver.
Una lágrima asomó tímidamente en la mejilla de la autora de la
broma mientras sus ojos atónitos contemplaban como una gorda
cucaracha yacía sobre lo que alguna vez fue el rostro de Carmen,
moviendo sus antenas como para ver si todo estaba bien. Pero nada
estaba bien, y ella y cada una de sus amigas se sintieron como uno de
esos repulsivos insectos cuando la Policía vino y determinó que
Carmen tenía el cuello roto y estaba muerta. Según dijeron, al caer
Carmen se golpeó con las escaleras metálicas, de tal forma que
perdió la cara y después se rompió el cuello al estrellarse contra
el cemento.
Minutos después se llevaron el cadáver
de Carmen, acompañado por una procesión de moscas cuyos zumbidos
eran casi el único ruido en medio del fúnebre silencio. Ese día
hubo un interrogatorio después de clases. Todos debían ir.
En el interrogatorio las cinco chicas
dijeron que fue un accidente y que ellas fueron testigos. La Policía
les creyó y el caso de Carmen Winstead se cerró, pero algo aún más
siniestro había comenzado…
Meses después, compañeros de clase de
la fallecida Carmen empezaron a recibir correos electrónicos que se
titulaban “La empujaron” y afirmaban que a Carmen la habían
empujado, que su muerte no era un accidente. También, los correos
decían que los culpables debían asumir la responsabilidad del
crimen, pues de lo contrario habría terribles consecuencias. La
mayoría pensó que los correos eran una farsa elaborada por alguien
que quería divertirse causando temor, pero otros no estaban tan
seguros.
Transcurridos unos pocos días tras la
cadena de correos, la chica que ideó el plan para ridiculizar a
Carmen estaba bañándose cuando de pronto oyó una extraña risa.
Cerró el grifo para oír mejor: la risa parecía venir del interior
de la ducha. ¿Acaso se estaba volviendo loca? Aterrada, se secó
rápidamente, se vistió, se despidió de su madre nerviosamente y se
fue a dormir más temprano que de costumbre. Cinco horas después su
madre se despertó al oír un portazo en la puerta de entrada. Su
hija no estaba en la habitación ni en lugar alguno de la casa. Llamó
a la Policía, pero los agentes poco podían hacer al respecto, ya
que no se podía interponer una denuncia en personas desaparecidas
hasta que transcurrieran 48 horas, aún así prometieron a la
desconsolada madre patrullar las calles cercanas para buscar a su
hija. La búsqueda de familiares y amigos tampoco tuvo éxito y la
chica no apareció aquella noche.
La mañana siguiente mientras el
conserje del colegio limpiaba las hojas secas del patio, se encontró
que la tapa de la alcantarilla (que habían vuelto a colocar después
de producirse la trágica muerte de Carmen) había sido levantada y
apartada a un lado. Al asomarse descubrió algo realmente
escalofriante. Parece que la chica desaparecida la había retirado
antes de lanzarse de cabeza por el conducto y se encontraba en el
fondo con el cuello roto y la cara destruida, borrada por los golpes
que se había dado al caer y golpearse con las escaleras metálicas
de las cloacas. Una muerte idéntica a la que sufrió Carmen.
El mismo destino les esperaba a las
otras cuatro culpables de la muerte de Carmen. Tras la muerte de las
dos primeras un equipo del ayuntamiento soldó la alcantarilla para
que nadie más pudiera abrirla. Sin embargo eso no pareció impedir a
la tercera víctima arrancarla del suelo, algo que requería una
fuerza sobrehumana. Por supuesto esa fue la gota que colmó el vaso y
se decidió colocar vigilancia las 24 horas del día en ese peligroso
punto de encuentro para “suicidas”.
Las dos víctimas restantes murieron
de la misma forma, pero el espíritu de Carmen en esta ocasión las
guió hasta alcantarillas cercanas a sus domicilios, la vigilancia
podría frustrar sus planes. Una por una cayeron en las
alcantarillas, perdiendo el rostro y rompiéndose el cuello. Todas se
habían quedado dormidas antes de su trágica muerte, en ese momento
cuando se encontraban más vulnerables, Carmen aprovechaba para
poseer sus cuerpos y guiarlas como si se tratara de un caso de
sonambulismo hacia un muerte tan cruel como la que ella había
sufrido. Un destino cruel porque podían sentir todo lo que ocurría
pero no tenían control sobre su cuerpo.
Pero la cadena de muertes no se detuvo
ahí, ya que posteriormente otros compañeros de clase de Carmen
también fueron encontrados muertos en distintas alcantarillas, con
el cuello roto y el rostro anulado. Ellos y ellas también se habían
dormido antes de aparecer muertos…
Resultaba muy inquietante pensar que
todos esos otros compañeros muertos no habían creído en los
correos electrónicos que afirmaban que Carmen fue empujada. ¿Acaso
el espíritu de Carmen se estaba vengando? ¿Podría eso explicar
muertes tan extrañas en las que no se entendía cómo diablos los
cuerpos habían ido a parar a la alcantarilla sin que nadie
advirtiese con claridad el rumbo que las víctimas tomaban antes de
ser asesinadas? El espíritu de Carmen Winstead andaba suelto y,
quien no creyese que ella fue empujada, corría el riesgo de ser
castigado con una muerte semejante a la de Carmen, muerte que caería
sobre él o ella durante las horas de sueño, con un sigilo que solo
se rompería al caer por la alcantarilla…
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