lunes, 16 de julio de 2012
Hyakki Yako, Leyenda Sobre El Origen de un Cuadro
Hacía tiempo que Tosa Mitsunobu deseaba retratar el Hyakki
Yakō, la fantasmal procesión de los cien espíritus, cuando oyó hablar de un
monje peregrino que se había encontrado con esta espectral comitiva mientras
pernoctaba en las ruinas del viejo templo llamado Shozenji, antiguamente
situado en las afuera de Fushimi, cerca de Kioto.
De este templo se decía que estaba deshabitado desde el
trágico día en el que una banda de ladrones mató a todos sus habitantes. Aunque
otros monjes intentaron sustituirlos, desistieron al poco tiempo, debido a los
fantasmas que, según decían, lo habitaban. Pero esto había sucedido muchos años
atrás.
El peregrino, que procedía de una ciudad lejana, no estaba
al tanto de la siniestra leyenda del lugar. Como ya se había hecho de noche y
una tormenta amenazaba con desatar su furia sobre él, decidió refugiarse en el
templo abandonado. Buscó una habitación pequeña y en buen estado, en la cual,
tras cenar un cuenco de arroz, se echó a dormir.
A las dos de la noche, lo despertó una gran algarabía de
ruidos. Al acercarse al edificio principal, descubrió que en su interior se habían
reunido decenas de espectros y duendes, de las formas más diversas, que reían,
jugaban y danzaban. Se trataba del Hyakki Yakō, y el peregrino, aunque
asustado, no pudo evitar quedarse un rato observándolos, hasta que aparecieron
otros espíritus de aspecto más grotesco y horrible, momento en el cual echó a
correr de vuelta a su habitación, en donde se encerró hasta que los sonidos
extraños cesaron y se hizo de día.
Esta era más o menos la historia que el peregrino, aún
temblando, le relató aquella misma mañana a un comerciante de Fuchimi, y que
este a su vez le contó al afamado pintor Tosa Mitsunobu unas semanas después,
mientras este se hallaba de paso en la ciudad.
Esperando encontrar inspiración para su ansiado cuadro,
Mitsunobu cogió sus cuadernos y sus pinturas y se dirigió hacia el templo
Shozenji, dispuesto a pasar la noche en él.
Cuando llegó, el sol acababa de ponerse. Entró en la sala
principal y montó guardia durante horas, sin percibir ningún ruido o visión que
se saliera de lo normal, hasta que a eso de la medianoche su atención se vio
atraída por una extraña luminiscencia que parecía provenir de las paredes.
Comprobó con sorpresa que allí aparecían dibujados duendes y espectros; era el
Hyakki Yakō, reflexionó el pintor, que se manifestaba para él brillando
tenebrosamente en las paredes.
A la luz de la luna, Mitsunobu se apresuró a copiar en su
cuaderno las más de doscientas figuras, cada una diferente y más grotesca que
la anterior. En ello empleó toda la noche, terminando justo cuando la primera
luz de la mañana irrumpió en la sala y los espectrales dibujos desaparecieron.
Antes de partir, examinó por última vez las paredes. Estaban
recubiertas de grietas y musgos de diferentes colores, que daban lugar a formas
caprichosas, las cuales de pronto le resultaron muy familiares. Tosa Mitsunobu
emitió una sonora carcajada al comprender que aquellos eran los fantasmas que
había visto durante la noche. Apenas grietas y desconchones en la pared
convertidos en terribles espectros gracias al azar y a su excitada imaginación,
sugestionada por la historia del peregrino, quien probablemente fuese víctima
de una ilusión similar a la que él acababa de sufrir.
Pero, después de todo, ¿qué importancia tenía eso?… ¿Acaso
no había logrado al fin pintar el Hyakki Yakō?.
Este es el origen, según la leyenda, de la pintura “La
procesión de los 100 fantasmas”, realizada por Tosa Mitsunobu a principios del
siglo XV, la cual sirvió como modelo a muchos ilustradores posteriores.
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