En las tierras del norte de España, sobre todo en Galicia,
existen una serie de cuentos sobre tesoros escondidos y personajes con poderes
sobrenaturales, los mouros o mouras. El término no se refiere, como puede
parecer a simple vista, a los musulmanes que habitaron en la peninsular durante
un tiempo, sino a seres mágicos que viven debajo de los castros o en ciertos
lugares señalados.
En realidad los mouros se identifican con unos personajes extendidos por toda Europa y que reciben distintos nombres. En algunos lugares son llamados elfos, hadas, lutins o genios, como ocurre en Escocia, Gales e Irlanda y también en la Bretaña francés. La descripción de los mouras como mujeres de gran belleza, piel blanca y pelo rubio, señalan su parentesco con los elfos. Son personajes con poderes mágicos anteriores al cristianismo. De ahí que en España se le asimilara con lo otro, lo foráneo.
Pero también se le reconocía una dignidad que le separaba de
la gente del pueblo, trasladando de esta forma la jerarquía social de las
regiones rurales a las leyendas. En la Galicia rural existían básicamente dos
clases sociales, los labriegos y ganaderos, y los señores. Estos últimos no
trabajaban con sus propias manos la tierra y poseían riquezas, en ganados o en
joyas. De ahí que los mouros y mouras del folklore van a poseer tesoros escondidos
e incluso ganados, como las xanas astures.
Mouros y xanas, elfos y hadas son el vestigio de una cultura anterior al cristianismo, que ha sobrevivido en las zonas rurales. De esa Galicia llena de niebla y de lugares sacados de los cuentos, lugares que parecen retorcer en el tiempo surgen estos personajes míticos que alimentan nuestra imaginación. En este artículo voy a destacar algunas de sus leyendas.
La leyenda de la “Casa de la Moura”.
Había una vez un pobre labriego que se dirigía una mañana a la feria y, al pasar por la “Casa de la Moura” le salió un mouro que le preguntó a dónde iba. El hombre le dijo que iba a la feria a comprar cochinos. El Mouro le encargó entonces comprar dos cerdos de las más gordos y volver con los vendedores allí. Al regresar el labriego con los animales y sus dueños el mouro pagó a ambos, quedándose él uno de los cochinos y el campesino el otro.
El mouro también le pidió que todas las mañanas le trajera
una medida de leche, pero que no se lo contará a nadie. El hombre así lo hizo.
Todas las mañanas se acercaba allí con la leche, no veía al mouro ni nadie,
sólo encontraba una moneda. Al poco tiempo el labriego empezó a tener bastante
dinero y su mujer, que nada sabía, andaba preguntándole todo el día de donde
venía esa riqueza. Tan pesada se puso su esposa que el hombre terminó por
contárselo. A la siguiente mañana cuando el hombre fue con la leche a la “Casa
de la Moura” no encontró ninguna moneda, sólo un letrero que decía: “Hablaste.
Corneaste.”
Las historias de encantos.
Los relatos de mouros y mouras se mezcla en Galicia con cuentos de encantados y fuentes y lugares mágicos. Normalmente para romper el hechizo que aprisiona a una joven hay que ir la noche de San Juan y luchar contra un monstruo que la custodia, como ocurre en la moza encantada de Teixido, en la Peña del Encanto. Pero las maneras de desencantar cambia dependiendo del cuentillo, como en la historia de la Fuente de Pormás.
Se enteró una mujer en Castilla de las cualidades de la
Fuente de Pormás, que según decían, encantaba a las jóvenes. Deseosa esta mujer
de deshacerse de sus hijas las mandó allí. Las tres jóvenes fueron y quedaron
encantadas sin que nadie lo supiese. Pasado el tiempo la mujer se hizo vieja y
empezó a extrañar a sus hijas y a sentirse muy sola. Por ello mandó a un gañán
de Arzúa con tres bollos de pan a desencantar a sus hijas. El joven debía
llegar a la fuente y arrojar allí los tres bollos diciendo: “Aureíña, aureana,
toma este bollito que te manda tu ama.” La vieja le prometió que ganaría un gran
tesoro si así obraba.
El gañán guardó los panes en un arcón y se fue a trabajar. Pero su mujer movida por la curiosidad miró por el ojo de la cerradura del arcón. Al amanecer cuando el joven fue a la fuente hizo todo lo que la vieja le había dicho. Cuando arrojó el primer bollo salió de él una joven que huyó corriendo. Cuando tiró el segundo ocurrió lo mismo. Pero al tirar el tercero las aguas empezaron a agitarse y salió una voz de mujer diciendo: “Íbamos a ser felices, pero por culpa de tu mujer se dobló mi encanto. Toma este ceñidor y pónselo a tu mujer.”
El hombre cogió la prenda que le había dado el encanto y
regresó a su casa. Pero antes de llegar se detuvo a descansar en un castañar.
Colgó el ceñidor de una rama de un castaño y al punto éste empezó a arder no
dejando nada del árbol. La moza encantada quedó allí durante mucho tiempo,
hasta que hubo una tormenta y la muchacha salió de la fuente en la figura de un
fúsil.
Tesoros y riquezas ocultos.
Otra historia que suele estar vinculada a los mouros son los
tesoros escondidos en los castros. Según algunos estudiosos esta idea de
riquezas y oro oculto en las tierras es un recuerdo de las minas de oro que
había en Galicia en la época romana. Sea como fuera, el caso es que hay un sin
fin de historias de encantos con tesoros guardados por gigantes o mouros.
Uno de los más populares hace referencia a una gallina de polluelos de oro. En el castro de Lañas, en Arteixo, dicen que mora desde hace muchísimo tiempo una gallina con una nidada toda de oro. La gallina sale de madrugada con sus polluelos. Pero nadie consigue hacerse con ninguno de estos animalillos por el encanto que pesa sobre ellos.
Se dice que la gallina es una mujer, un hada, que sale antes
de que ampute el sol en las mañanas de primavera al castro. La joven, que es de
gran belleza, se sienta en el Castro a peinarse su cabellera rubia con un peine
de oro. Nadie ha podido descubrir donde se esconde. Y se cree que esta
custodiada por un gigante, un mouro.
Cuenta la leyenda que una mañana dos niñas estaban cuidando el ganado cerca del castro, cuando vieron aparecer un caballo de color castaño claro, casi dorado, y encima de él un gigante. El caballo era tan grande como un hórreo. Las niñas se asuntaron y corrieron a casa. Su madre se entristeció mucho porque de haberse quedado habrían encontrado el tesoro que guarda el mouro. Les dijo a sus hijas que si volvían a verlo extendieran su pañoleta delante del hombre agarrando una de las puntas y le dijeran: “Dame de tu riqueza y yo te daré de mi pobreza”. Entonces el caballo se habría convertido en oro y sería suyo. Sin embargo, las niñas no volvieron a ver el encanto del castro.
Fuente: http://www.detectivesdelahistoria.es/
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