Aquel quirquincho viejo, nacido en un arenal en el Norte de
Jujuy, Argentina, acostumbraba pasarse horas de horas echado junto a una grieta
de la peña donde el viento cantaba eternamente. El animalito tenía una afición
musical innegable. ¡Cómo se deleitaba cuando oía cantar a las ranas en las
noches de lluvia! Los pequeños ojos se le ponían húmedos de emoción y se
acercaba, arrastrando su caparazón, hasta el charco, donde las verdes cantantes
ofrecían su concierto.
-¡Oh, si yo pudiera cantar así, sería el animal más feliz
del altiplano! - exclamaba el quirquincho, mientras las escuchaba extasiado.
Las ranas no se conmovían por la devota admiración que les
tenía el quirquincho sino que, más bien, se burlaban de él.
-Aunque nos vengas a escuchar todas las noches hasta el fin
de tu vida, jamás aprenderás nuestro canto, porque eres muy tonto.
El pobre quirquincho, que era humilde y resignado, no se
ofendía por tales palabras, dichas en un lenguaje tan musical, como suele ser
el de las ranas. El sólo se deleitaba con la armonía de la voz y no comprendía
el insulto que ella encerraba.
Un día creyó enloquecer de alegría, cuando unos canarios
pasaron cantando en una jaula que conducía un hombre. ¡Qué deliciosos sonidos!
Aquellos pajaritos amarillos y luminosos, como caídos del Sol, lo conmovieron
hasta lo más hondo... Sin que el jaulero se diera cuenta, lo siguió,
arrastrándose por la arena, durante leguas y leguas.
Las ranas que habían escuchado, embelesadas, el canto,
salieron a orilla de la laguna y vieron pasar a los divinos prisioneros que
revoloteaban en las jaulas.
-Estos cantores son de nuestra familia, pues los canarios
son sólo sapos con alas -dijeron las muy vanidosas y agregaron- : Pero nosotras
cantamos mucho mejor. -Y reanudaron su concierto interrumpido.
-¡Chist... Esperen! -dijo una de ellas-. Miren al tonto del
quirquincho. Se va tras las jaulas. Ahora pensará aprender a trinar como un
canario... ja... ja... ja...
El quirquincho siguió corriendo y corriendo tras el hombre
de las jaulas, hasta que las patitas se le iban acabando, de tanto rasparlas en
la arena.
-Qué desgracia! ¡No puedo caminar más y los músicos se van!
-Allí se quedó tirado hasta que el último trino mágico se perdió a lo lejos...
Ya era de noche cuando regresaba a su casa. Y al pasar cerca de la choza de
Sebastián Mamani, el hechicero, tuvo la idea de visitarlo, para hacerle un
extraño pedido.
-Compadre, tú que todo lo puedes, enséñame a cantar como los
canarios -le dijo llorando.
Cualquier persona que no fuera el hechicero se hubiera reído
a carcajadas del quirquincho, pero Sebastián Mamani puso la cara seria y
repuso:
-Yo puedo enseñarte a cantar mejor que los canarios, que las
ranas y que los grillos, pero tienes que pagar la enseñanza... con tu vida.
-Acepto todo, pero enséñame a cantar.
-Convenido. Cantarás desde mañana, pero esta noche perderás
la vida.
-¡Cómo!... ¿Cantaré después de muerto?
-Así es.
Al día siguiente, el quirquincho amaneció cantando, con voz
maravillosa, en las manos del mago. Cuando éste pasaba, poco más tarde, por el
charco de las ranas, se quedaron mudas de asombro.
-¡Vengan todas! ¡Qué milagro! ¡El quirquincho aprendió a
cantar!...
-¡Canta mejor que nosotras!...
-¡Y mejor que los pájaros!...
-¡Y mejor que los grillos!...
-¡Es el mejor del mundo!...
Y, muertas de envidia, siguieron a saltos tras del quirquincho que, convertido en charango se desgranaba en sonidos musicales. Lo que ellas ignoraban era que nuestro pobre amigo, como todo gran artista, había dado la vida por el arte.
Fuente: www.folkloredelnorte.com.ar
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