Muchas veces damos por sentada la existencia de los demonios como meros ángeles caídos; sin embargo, si nos cuestionamos sobre esta creencia desde una actitud de duda abierta a la posibilidad de realidades sobrenaturales, nos tendremos que preguntar qué son los demonios, en el sentido de cuál es la realidad detrás de la creencia en estos seres.
A veces, para responder a esa pregunta, se ha definido primeramente qué es el Diablo, pues éste y sus esbirros están esencialmente vinculados, y así la definición del primero puede condicionar o determinar la definición de los segundos. Veamos ahora algunas de las principales teorías que se han dado al respecto, incluyendo tanto las más convencidas de la realidad demoníaca tal y como la concebimos, como las más escépticas, vengan de la Religión, de la Psicología, del Ocultismo o de otro ámbito.
Visión cristiana tradicional
El cristianismo heredó la demonología judía, pero no la concepción demonológica del “judaísmo clásico” sino concepciones muy difundidas en el judaísmo anterior. Por ello, la demonología cristiana será muy distinta de la del judaísmo; y, la demonología que tomará de aquel, concibe a los demonios como ángeles caídos, ángeles réprobos que desobedecieron a Dios y por eso se convirtieron en demonios.
La traducción de la Biblia al griego, que sería la versión más utilizada por los judíos de la diáspora, había traducido “Satán” como diábolos (de donde viene la palabra “diablo”), pero esta palabra tiene una connotación más negativa que “Satán” en hebreo, pues al sentido de adversario y acusador, le añadía un sentido de calumniador, falseador y mentiroso, ausente en el original hebreo. Junto a este giro, hubo otros como el de San Jerónimo, que en su Vulgata (su traducción de la Biblia) introdujo “Lucifer” como nombre propio en un pasaje del Libro de Isaías.
Resulta entonces claro cómo las traducciones juegan un rol importante a la hora de sustentar planteamientos teológicos; pero, en vez de detenernos a considerar todos esos detalles, pasaremos a resumir los principales puntos de la visión que hoy en día prima en el Catolicismo y en la mayoría de sectores protestantes, excluyendo casos bien originales como Los Testigos de Jehová y Los Mormones… Esos puntos son los siguientes:
1) Satanás era el ángel más importante y el más cercano a Dios, pero su orgullo le hizo querer destronar a Dios, querer ser más grande que él, por lo que se rebeló junto con muchos otros ángeles que traicionaron a Dios y le siguieron. Consiguientemente, los demonios son ángeles caídos.
2) Los demonios son puro espíritu, no tienen forma definida, pero pueden manifestarse con casi cualquier apariencia.
3) Los demonios no pueden usurpar la libertad humana, no tienen dominio sobre el espíritu del hombre y su intelecto, solo pueden influir directamente en su cuerpo físico, e inducirle ideas y emociones, aunque nunca resoluciones morales o espirituales.
4) Los demonios están donde operan, su presencia se da por contacto operativo, están donde obran.
5) Los demonios tienen jerarquías, muy probablemente nueve, igual que los ángeles, situación que vendría dada porque fueron ángeles.
6) Los demonios no pueden arrepentirse, su voluntad quedó fija después de su caída, y es por esto que Dios no los perdona.
7) Los demonios son absolutamente malvados, se han identificado por completo con el mal.
8) Los demonios se odian entre sí, odian a Dios más que a nada, y sus vínculos de obediencia se dan principalmente por el miedo que los inferiores tienen a los superiores.
9) La finalidad de los demonios es separar al hombre de Dios, llevarlo a la muerte espiritual a través del pecado.
10) Los demonios tienen una inteligencia muy superior a la humana, que comprende las cosas de forma directa antes que por encadenamiento inferiencial.
11) Los demonios solo poseen a alguien cuando la persona, consciente o inconscientemente, les habré la puerta.
12) Los demonios tienen nombres, y el nombre de un demonio debe ser conocido para expulsarlo en un exorcismo.
13) Sus formas de influencia se pueden dividir en: infestación de lugares, objetos y animales; obsesión (pensamientos y deseos recurrentes inducidos por el demonio); opresión (el demonio atormenta a la persona sin llegar a poseerla); y posesión (el demonio toma control de la persona).
14) No tienen sexo, a pesar de que sus nombres son casi siempre masculinos y de que hay demonios femeninos como Lilith: esto se explica porque supuestamente su aparente masculinidad o feminidad no es sino un ropaje simbólico de su esencia espiritual particular, por decirlo de algún modo.
Finalmente, para que tengan una idea más viva de la concepción teológica de los demonios a partir de la concepción de Satanás, citaremos estas conocidísimas palabras que el papa Pablo VI dijo en 1972, preocupado por la creciente duda, dentro de la misma Iglesia, sobre la existencia en el Demonio; veamos: «El mal que existe en el mundo es el resultado de la intervención en nosotros y en nuestra sociedad de un agente oscuro y enemigo, el Demonio. El mal no es ya sólo una deficiencia, sino un ser vivo, espiritual, pervertido y pervertidor. Terrible realidad. Misteriosa y pavorosa. Se sale del marco de la enseñanza bíblica y eclesiástica todo aquel que rehusa reconocerla como existente; e igualmente se aparta quien la considera como un principio autónomo, algo que no tiene su origen en Dios como toda creatura; o bien quien la explica como una pseudorrealidad, como una personificación conceptual y fantástica de las causas desconocidas de nuestras desgracias».
Visión maniqueísta:
Según esta doctrina, Dios no habría sido el creador del mal, sino que éste estaba vinculado a las tinieblas y la materia, coexistentes pero anteriormente separadas del mundo de la luz; mediante una compleja cosmogonía, el maniqueísmo explicaba cómo la luz y las tinieblas, antes separadas la una de las otras, habían llegado a unirse parcialmente y cómo era necesario liberar a las partículas de luz atrapadas por la materia; los seres humanos podían liberar sus partículas de luz prisioneras en las tinieblas de la materia si llevaban una vida adecuada.
Ahora bien, puntualizando, tenemos que la cosmogonía maniquea supone la existencia de:
A) Dos naturalezas:
1) La luz, que es el bien, Dios, el espíritu, el reino de la luz. Sus cinco elementos son inteligencia, pensamiento, reflexión, voluntad y razonamiento.
2) Las tinieblas, que son la oscuridad, el mal, la materia, concebida como fealdad, maldad, deseo desordenado y estupidez. Sus cinco elementos son humo, fuego, viento, agua (o barro) y tinieblas. Sus demonios son incontables. El soberano de todo esto y parte de ello es el “Príncipe de las Tinieblas”.
B) Tres tiempos:
1) El tiempo inicial, del pasado, en el que la luz y las tinieblas estaban completamente separadas.
2) El tiempo medio, que es el presente, en el que las tinieblas atacaron a la luz y parte de la luz se ha mezclado con las tinieblas.
3) El tiempo final, en el futuro, cuando la luz y las tinieblas se separen definitivamente.
Todo esto nos hace ver que, en el maniqueísmo, los demonios no son seres caídos ni creados por un Dios-Absoluto, sino entidades ontológicamente opuestas a los seres de la luz, inmutables en sus propósitos y en su esencia, y sin embargo no-eternos; ya que, si bien el “Padre de la grandeza” (Dios de la luz) sí es eterno y coexistente con la luz que le es inmanente y consustancial, el “Príncipe de las Tinieblas” es un derivado causal de las tinieblas (las cuales sí son eternas), y los demonios que le siguen son derivados causales secundarios que, al igual que su líder, intentan conducir al hombre por un sendero que le lleve a identificarse con la materia-oscuridad y, en consecuencia, a perder la luz que tiene aprisionada en su cuerpo y que puede amplificar y liberar si sigue una senda espiritual, siendo posible la reencarnación si en una sola vida no se alcanza la liberación espiritual, cuya vía ha sido ilustrada de formas variadas por humanos superiores enviados por la Inteligencia Salvadora, tales como Jesús, Buda, Zaratustra, Enoc, Mani, Moisés, Pablo de Tarso, Abraham y otros más.
Satanismo de LaVey
Para el satanismo laveyano (el que sigue los líneamientos de Anton Tzandor LaVey), Satanás y los demonios no son seres reales sino entidades simbólicas que representan a “los poderes de la oscuridad”, poderes que, dentro de lo que es la esencia del hombre, se concretan en ciertos aspectos de la naturaleza humana que la religión, en opinión de estos satanistas, ha conducido a reprimir, negar o combatir, causando así que, durante siglos, los individuos manipulados no hayan podido disfrutar de la vida y de las potencialidades inherentes a su propia naturaleza. De este modo, el culto a Satán y a sus demonios es una manera viva de adorar a los valores liberadores y anti-cristianos que éstos representan; aunque también, y es debido a esto que LaVey cree en la magia y en el poder de los ritos, es una forma de contactar con “los poderes de la oscuridad” entendidos como algo que también está fuera de nosotros —y dentro, no solo como aspectos de la naturaleza humana, sino como un poder que debe ser despertado— y que es un aspecto de la Naturaleza que aún permanece bajo el velo de lo misterioso e inexplicable, algo que ha sido temido durante toda la historia, pero a lo cual puede acceder el satanista, a través de esos símbolos-puentes que son los demonios y, esencialmente, “Satán”.
Citemos ahora a la Biblia Satánica de LaVey para que se entienda mejor lo dicho: ‹‹La mayorÌa de Satanistas no aceptan a Satán como un ser antropomorfo con pezuñas hendidas, cuernos y cola terminada en punta. Simplemente representa una fuerza de la naturaleza: los poderes de la oscuridad, que se les llama así porque ninguna religión ha sacado esos poderes de la oscuridad. Ni la ciencia ha sido capaz de dar un término técnico a esta fuerza. Es una reserva sin explotar, que muy pocas personas pueden utilizar, ya que carecen de la capacidad para utilizar una herramienta sin analizar e identificar previamente todos los mecanismos que la hacen funcionar. Es esta necesidad constante de analizar, lo que impide que la mayorÌa de la gente logre beneficiarse de esa polifacética llave a lo desconocido, a la cual el satanista prefiere llamar “Satán”.››
La visión de Michael W. Ford
Michael W. Ford, uno de los principales expositores del luciferianismo contemporáneo, tiene una concepción de los demonios muy parecida a la de Anton LaVey, aunque con cierto toque jungiano (de Carl Gustav Jung) y un enfoque práctico que hace pensar en la Magia del Caos por la cuestión de las entidades creadas como algo capaz de engendrar o ayudar a engendrar hechos concretos en el “mundo real”.
Así, su teoría de la magia ritual postula que los “dioses”, “espíritus” y “demonios” son creaciones arquetípicas de la Humanidad, que subsisten como “seres” mediante tipos de energía que son alimentados por nuestro subconsciente. En este marco, el luciferino encuentra que, los distintos seres míticos y religiosos que personifican lo demoníaco, funcionan como “máscaras deificas” de poderes y fenómenos que existen en la Naturaleza y en la mente, y que se pueden activar y emplear a través de una serie de prácticas cuyo principio rector es lograr que el practicante se identifique (en una forma que implica una cierta autodeificación) con ellos a través de los seres simbólicos que los representan. Por ello, hablando del arquetipo del Adversario, Michael W. Ford dijo lo siguiente en una entrevista: ‹‹El Adversario es una manifestación transcultural que a lo largo de toda la historia de la Humanidad representa el arquetipo oscuro o motivador dentro de cada hombre y mujer. El Adversario no es específicamente Lucifer. Lucifer es un título, un título romano que significa “portador de la antorcha” y es relacionado a un dios, pero aquello no abarca realmente el Sendero Luciferino. Tienes a Ahrimán, a Set…››
Espíritus de una raza pre-adámica y almas de gigantes
Esta especulación teológica parte del supuesto de que alguna vez existió una raza antes de la creación de Adán. Se basa en la teoría del intervalo, la cual plantea que, inmediatamente después de la rebelión y caída de Lucifer y los ángeles que le siguieron, ocurrió una catástrofe mundial que se ve entre Génesis 1:1 y Génesis 1:2, la cual exterminó la raza humana pre-adámica que existía en la Tierra.
La teoría parecería no tener mucho apoyo bíblico, pero en realidad no es así. En efecto, dentro del Libro del Profeta Isaías en el A. T., vemos que: 1) Lucifer tenía un trono en la Tierra y “debilitaba a las naciones”2) Quería ser semejante a Dios, 3) Dijo “subiré al cielo” y “subiré sobre las alturas de las nubes”, por lo cual ya existía el Cielo. En otras palabras, se postula que Lucifer y sus ángeles reinaban en la Tierra poblada por la primera raza humana, y que el Edén del Libro de Ezequiel no es el de Adán y Eva sino un Edén en la Tierra, además de que Cristo habría dicho que vio a Satanás “caer como un rayo” no porque fuera expulsado del Cielo, sino porque intentó subir y tomar el poder, siendo derrotado con sus ángeles y cayendo a la Tierra que gobernaba (por lo cual le llama “príncipe de este mundo”) y en la cual le siguieron todos los primeros humanos anteriores a Adán, que a manera de castigo fueron aniquilados en una tragedia mundial y, tras quedar como espíritus desencarnados, se transformaron en demonios, diferenciándose de los demonios que fueron ángeles porque, a diferencia de aquellos, éstos habitaron en cuerpos humanos y se acostumbraron a tener cuerpos, por lo cual se supone que son el tipo de demonios que está detrás de casi todos los casos de posesión demoníaca.
Según lo anterior, después fueron creados Adán y Eva, pero el rencoroso Satán (Lucifer) consiguió que cayeran en pecado, y así fracasó moralmente la segunda raza humana que surgió de ellos dos, contaminada irremediablemente por el pecado, hasta que vino Cristo y dio la posibilidad de acabar con esa mácula original (mediante el bautismo) y conseguir la vida eterna.
Por último, esta fantasiosa teoría (generalmente rechazada entre protestantes y católicos) admite la posibilidad de que, a los dos tipos de demonios mencionados, se sumó después, con la caída de los Vigilantes (ángeles que fornicaron con mujeres de la Humanidad descendiente de Adán y Eva) que menciona el apócrifo Libro de Enoc, un nuevo tipo de demonio, producido porque las almas de los gigantes (engendrados en la unión de los Vigilantes con “las hijas de los hombres”), una vez que éstos morían, se transformaban en demonios… Por ende, esta teoría abre la posibilidad de concebir que un demonio puede ser una de estas tres cosas (coexistiendo las tres o dos en la realidad, según se tome la teoría en forma abierta o cerrada): a) un ángel caído, b) un alma de humano pre-adámico que se transformó en espíritu con rasgos demoníacos, c) un alma (transformada) de cualquiera de los gigantes que fueron engendrados por la fornicación de los Vigilantes con las mujeres de linaje adámico.
Espíritus transformados y no sólo ángeles caídos
Esta teoría es sorprendente no tanto por lo que plantea sino por el contexto en que apareció (no sabemos si por primera vez) y por su supuesto enunciador. Concretamente, dentro de las prácticas católicas del exorcismo, se sabe que a veces los demonios hablan por boca de los condenados, pero éstos son mentirosos y no hay que fíarse de sus palabras; sin embargo, en el exorcismo que Antonio Fortea (sacerdote español) hizo a la joven “Marta” (pseudónimo) entre el 2002 y el 2012, el Arcángel Miguel (siempre llamado en los exorcismos) habló algunas veces por boca de la posesa, siendo su voz claramente distinta a la que pudiera emitir cualquiera de los demonios que atormentaron a Marta y hablaron a través de ella. En una de esas ocasiones, el santo arcángel enunció una teoría según la cual, además de ángeles caídos, los demonios pueden tener su origen en personas malvadas (del linaje de Adán, y no como en la teoría anterior que eran pre-adámicos) que se identificaron con Satanás y/o sus proyectos y que, tras morir, fueron transformadas en demonios. Estas fueron las palabras del Arcángel Miguel: ‹‹Dios tiene compasión de todos. Con que en un momento de sus vidas piensen en Dios, ya tienen posibilidad de salvarse. El demonio quiere corromperlos, hundirlos completamente y cuando ya sean suyos que no puedan salir, entonces los mata, el demonio los mata, acaba con ellos, para que sean completamente suyos. Pero Dios les da muchas oportunidades para que se salven, muchas oportunidades, un leve resquicio donde entre un poco de luz y se puedan salvar. Por eso viven tiempo. Cuando ya después de muchas, pero que muchas oportunidades, han decidido completamente con voluntad ser de Satán, entonces se mueren y se convierten en demonios.››
Visión del Espiritismo
En el Espiritismo se cree en la reencarnación, pero esta es de naturaleza evolutiva, de forma que el hombre no se reencarnará en animales, pero los animales sí pueden, tras inmensos períodos de tiempo, convertirse en almas humanas. Naturalmente hay pequeños saltos involutivos (almas humanas que se degradan de una vida a otra), pero el Espiritismo afirma que, en última instancia, las almas siempre progresan de un orden a otro; por lo cual, en este marco, los ángeles son espíritus sumamente evolucionados que anteriormente fueron humanos, y a su vez nosotros, que ahora somos humanos, llegaremos a ser ángeles algún día… Pero entonces: ¿dónde quedan los demonios?, ¿fueron acaso ángeles que se corrompieron y perdieron de golpe toda la evolución ganada aunque no el poder conseguido en esa evolución? Definitivamente no.
Concretando, Allan Kardec dice que los demonios en realidad no existen como tales: no hay ángeles caídos, simplemente hay espíritus malvados o muy involucionados, que molestan a la gente, roban energía a los vivos, y en algunos casos (espíritus de magos negros, por ejemplo) tienen suficiente poder como para producir alarmantes fenómenos paranormales. Por ello, en su obra El Cielo y El Infierno, Allan Kardec dice lo siguiente sobre los espíritus: ‹‹Llegados al apogeo, son espíritus puros o ángeles (…). Resulta de esto que existen espíritus de todos los grados de adelanto moral e intelectual, según estén en lo alto, en lo bajo o en medio de la escala (…).En los puestos inferiores, los hay que están aún profundamente inclinados al mal, y que se complacen en él. Se pueden llamar “demonios” si se quiere, porque son capaces de todas las maldades atribuidas a estos últimos. Si el Espiritismo no les conoce por este nombre, es porque indica la idea de seres distintos de la Humanidad, de una naturaleza esencialmente mala, dedicados al mal eternamente o incapaces de progresar en el bien. Según la doctrina de la iglesia, los demonios han sido creados buenos y han venido a ser malos por su desobediencia. Son ángeles caídos, fueron colocados por Dios en lo alto de la escala, y han descendido. Según el Espiritismo, son espíritus imperfectos, pero que se mejorarán. Están todavía en el primer peldaño, pero ascenderán.››
Teosofía de Annie Besant
La teoría de Annie Besant es brillante, aunque especulativa como toda teoría que explica algo del más allá sin negarlo. El mérito de su propuesta reside en que, a la vez que logra evitar la afirmación de seres míticos y religiosos en una forma inverosímil propia del pueril pensamiento mágico o del cerrado dogmatismo de los credos, permite explicar ciertos fenómenos paranormales adjudicados a esos seres, y además explica la variabilidad con que éstos son concebidos y percibidos, según se trate de un marco de creencias o de otro.
Annie plantea que, a través de sus acciones, pensamientos-palabras y emociones-sentimientos, el hombre crea “formas” en tres planos sutiles (tres dimensiones no-físicas): el espiritual, constituido por la sustancia “akásica”; el mental inferior, constituido por la sustancia mental; y el astral, constituido por la sustancia astral. En el plano espiritual, todas las vibraciones que emitimos (físicas, emocionales y mentales) se transforman en “imágenes fijas”, que se acumulan y, por su carácter estático y estable, constituyen el registro kármico o registro del karma que pasa de una vida a otra. En el plano mental inferior, es donde primeramente aparecen todos nuestros pensamientos, cuyas vibraciones repercuten en el plano espiritual, causando que se genere un registro de los mismos y de las vibraciones mentales, emocionales y físicas asociadas. Entretanto, al plano astral también van a parar las imágenes mentales (nuestros pensamientos, sean verbales, visuales o de otro tipo) que primeramente van al plano mental inferior: entonces, es allí cuando la imagen mental deviene en una “forma de pensamiento animada” que “actúa en el mundo astral produciendo diversos efectos relacionados con la imagen mental y con el ego”; siendo que, cada uno de esos efectos, “puede compararse a un hilo de tela de araña, y el conjunto de los efectos a la tela tejida por la forma de pensamiento”.
Si entonces nos preguntamos qué son los demonios en esta teoría, la respuesta queda muy clara cuando, en sentido general, Annie afirma que: ‹‹Todo desarrollado pensamiento del hombre pasa al mundo interno, y asociado, o mejor diríamos entrefundido con una medio inteligente fuerza de los reinos elementales —los elementales son, en general, “principios incorporeos” con un grado de dinamismo que varía según su naturaleza particular—, se convierte en una entidad activa que, como engendrada por la mente, sobrevive durante un período proporcional a la intensidad del impulso que la generó.››. Bien puede percibirse que la clave está en que esa “entidad activa” sobrevive por un lapso de tiempo “proporcional a la intensidad del impulso que la generó”. Podríamos ya decir qué son los demonios para Annie Besant, pero pondremos una última cita de la autora para que todo quede todavía más claro. La cita es ésta: ‹‹Conviene advertir que las creencias supersticiosas transmutadas en imágenes mentales durante la vida terrena, ocasionan acerbos sufrimientos al ego en los primeros estadios de la vida astral, pues le representan horrorosos tormentos que en rigor carecen en absoluto de realidad. Al retornar el ego al mundo físico, dice Leadbeater (…), “los Señores del Karma, que llevan cuenta de las buenas y malas acciones de cada personalidad, construyen de conformidad con el karma la plantilla del doble etéreo que ha de servir de molde al cuerpo físico del ego en la próxima encarnación”.››
Previamente a definir qué son los demonios para Annie Besant, cabe advertir que, según ella: 1) toda “forma de pensamiento animada” es una “entidad activa” en el plano astral, 2) toda “forma de pensamiento animada” induce un patrón de actividad en cualquier sujeto con el cual hace contacto, sea o no su creador, 3) hay formas de pensamiento animadas que inducen al asesinato, al robo, a la lujuria, a la violencia, a la amargura, etcétera, 4) toda forma de pensamiento animada buscarán subsistir, por lo que, aunque en general sobreviva por un periodo de tiempo proporcional a la intensidad del impulso que la generó, podría ser que se adhiera a un sujeto o a un entorno o a lo que sea que pueda servirle como fuente que genere, directa o indirectamente, energías cuya naturaleza concuerde con la suya, que es idéntica a la del impulso que la generó, 5) una forma de pensamiento animada puede ser una creación individual o colectiva (de un grupo), 6) los seres de las creencias religiosas son formas de pensamiento animadas de creación colectiva, que están siendo constantemente alimentadas a través de la creencia, 7) los demonios son seres propios de las creencias religiosas y/o mitológicas…
Sí, en base a lo anterior podemos por fin entender que, de las teorías de Annie Besant, se puede deducir que un demonio, al menos si hablamos de un demonio concreto como Baphometh o Satán, es definible como: Una forma (compleja) de pensamiento animada de origen colectivo, que se expresa en el plano astral como una entidad dinámica que puede tener gran poder, subsiste por la energía que le llega a través de quienes creen en ella, causa efectos perjudiciales en las personas, puede llegar a producir fenómenos paranormales en el mundo físico, y se corresponde, en el ámbito de las creencias, con el entramado de ideas e imágenes asociadas a un demonio particular.
Personificaciones del mal desde la perspectiva cristiana
Resulta muy interesante que en el siglo XX, dentro del Cristianismo y mayoritariamente en el ámbito católico, aparecieron diversos representantes de una corriente teológica que, sin pretender renegar de la fe cristiana, pusieron en tela de juicio la existencia real del Diablo y los demonios. Veamos algunos casos:
Piet Schoonenberg: En 1965 este teologo teólogo holandés hizo conocer una teología del pecado sin Satanás, en la cual afirma que, en el hombre, el mal emerge desde su interior, siendo únicamente allí donde puede producirse, pues nunca puede ser causado o suscitado externamente por ningún ser espiritual demoníaco. Hay detrás de esto una concepción radical de la libertad humana, como una libertad que se traduce en autodeterminación, cerrándose a la intervención externa, que puede meramente aumentar la probabilidad de tomar tal o cual resolución, pues no existe (salvo Dios, que no lo hará) poder externo capaz de cancelar la autonomía moral y, con ella, la responsabilidad del sujeto… Y sin embargo muchas veces el individuo se siente incapaz (aunque esto es irreal) de abandonar el pecado, pues éste, por estar vinculado a aspectos de nosotros mismos, se nos presenta como algo dotado de un poder que amenaza nuestra libertad para tomar aquellas decisiones que nos mantienen en Dios o nos acercan a Él: así, en el contexto de la percepción sobredimensionada del poder destructor del pecado, los pecados aparecen como poderes personificados a través de los demonios (Mamón, la avaricia; Asmodeo, la lujuria; Lucifer, la soberbia; etc), y el poder de estos para oprimir o poseer a las personas, no es sino una víbida representación de nuestra esclavitud con respecto al pecado, aunque erróneamente consideremos que los demonios existen de verdad.
Herbert Haag: Este teólogo católico dice que Satanás es la personificación del mal y los demonios son, o bien personificaciones secundarias del mal en general, o bien, si se trata de un demonio asociado a un pecado puntual, personificaciones de una manifestación puntual del mal. En su propuesta, Haag llega al extremo de afirmar que, en el Nuevo Testamento, es posible poner “el pecado” o “el mal” en todos los pasajes donde aparece “Satanás”, “Diablo” o algún equivalente. Sin embargo, Haag aclara que eso no se dio porque, al personificar al mal, se lo representa de forma más incisiva e intuitiva. Entonces: ¿acaso Jesús mintió?… La pregunta es un poco fuerte, pero es pertinente porque hay pasajes de Los Evangelios en que evidentemente Jesús se refiere al Diablo o a Satán como un ser real, de forma tan clara que no da lugar a pensar que pudiera no creer en él y en los demonios que le siguen: por ejemplo, esto se ve en los 40 días de ayuno (cuando Satanás viene a tentarlo), cuando expulsa a varios demonios y éstos van a meterse en un grupo de cerdos, o cuando cuenta que vio a Satanás “caer como un rayo”. Ante eso, Haag nos recuerda que Jesús, si vien era la encarnación del Cristo (El Verbo, el Hijo de Dios, la Segunda Persona de la Trinidad…), era un humano de carne y hueso: en otras palabras, El Hijo se encarna asumiendo limitaciones físicas y mentales propias de la condición humana, pese a ser moral y espiritualmente perfecto, además de contar con el don de hacer milagros. Se entiende así que, la mente perfecta del Hijo de Dios, tenía su poder expresivo y comprensivo limitado por el imperfecto cerebro humano, a causa de lo cual Jesucristo podía ser condicionado por su cultura en la medida en que esto no implicara un menoscabo a su sabiduría o a su santidad. Dice entonces Haag: ‹‹Después de todo lo que hemos visto, ya deberíamos haber comprendido claramente que todo lo que se afirma sobre Satanás en el Nuevo Testamento no pertenece al mensaje relativo a la revelación, sino sólo a esa imagen del mundo característica de los escritores bíblicos, es decir, de la mentalidad de su época. Todas esas expresiones reflejan simplemente los conceptos que dominaban corrientemente en los escritos judaicos contemporáneos y determinaban el pensamiento religioso de su época (…). Si aceptamos las típicas categorías mentales judaicas de la época de Cristo, el Diablo en el Nuevo Testamento es presentado como el exponente del mal. Jesús y sus apóstoles vivían en este tipo de mundo cultural y se expresaban correspondientemente.››.
Karl Barth: Barth piensa que los demonios no tienen realidad en sí mismos, que representan, en el lenguaje del mito, la rebeldía del hombre frente a Dios. Esta rebeldía se expresa en los pecados como poderes espiritualmente destructivos que esclavizan al hombre, y que se personifican en los demonios; o bien, si es que hablamos del pecado en sentido general, esta rebeldía se personifica en Satanás. Ahora, y para entender mejor qué dice Barth cuando habla de los demonios como representaciones del mal en el lenguaje del mito, éste define al mito como algo que ‹‹objetiva el más-allá en el más-acá››, volviendo más accesible lo sobrenatural al introducirlo y representarlo en el mundo sensible según la comprensión que el hombre tiene de su existencia dividida o, por decirlo de otra manera, llena de dualidades generadoras de tensión, como bien/mal, vida/muerte, cuerpo/alma, etcétera. Todo esto lleva a Barth a decir que los demonios son personificaciones de las fuerzas de ‹‹lo nulo››, aunque no por ello debemos bajar la guardia, porque existen como una realidad, como un poder extraño a la Creación y dirigido contra la voluntad del Creador, en el sentido de que, si bien son simbólicos y míticos, han jugado siempre un rol activo en la historia de las interacciones entre Dios y la Humanidad, ya que, a decir del propio Barth sobre ‹‹lo nulo›› o ‹‹la nada››: ‹‹¡La nada es la mentira! Como tal, existe; y posee cualquier cosa como una especie de sustancia y persona, vitalidad y espontaneidad, fuerza, poder y tendencia. Como mentira, funda y organiza su reino, y los demonios son sus representantes››,
Paul Tillich: Este teólogo emplea categorías ontológicas sobre la caída de los ángeles entendida como mito, interpretando a los demonios como “poderes destructivos del ser”. Explica así el asunto: ‹‹Lo que hay de verdad en la doctrina de los poderes angélicos y demoníacos es la existencia de estructuras supraindividuales de bondad y estructuras supraindividuales de maldad. Ángeles y demonios no son sino los nombres mitológicos con los que el hombre designa los poderes constructivos y destructivos del ser, poderes que andan ambiguamente entretejidos y en mutua lucha en el seno de una misma persona, de un mismo grupo social y de una misma situación histórica. No son seres sino poderes del ser que dependen de la estructura total de la existencia y se hallan implícitos en la ambiguedad de la vida››.
Paul Ricoeur: Este filósofo y teólogo calvinista de Francia, intentó descifrar la función simbólica de Satanás, al cual no consideraba como ser real, aunque sin embargo veía como necesaria (en la práctica) a la errada interpretación convencional que se le da. Entrando en materia, Ricoeur creía que, la función simbólica del mito del pecado original, revelaba el aspecto trágico del mal, ya que descubría la situación de cada individuo, en tanto que presentaba al mal como algo que no era creado por el hombre, que ya existía antes y éste simplemente encuentra, implicándose y manchándose de culpa, aunque en última instancia librándose parcialmente de su responsabilidad moral, dado que el mal aparece como originado en un agente demoníaco de carácter pre-humano. Dice así Ricoeur: ‹‹Situado de nuevo en la perspectiva de la confesión de los pecados y del simbolismo que ilumina, el tema del Maligno no es nunca más que una figura-límite que designa ese mal que prosigo cuando a mi vez lo continúo y lo introduzco en el mundo; el siempre ya-ahí del mal es el otro aspecto de ese mal del que, no obstante, yo soy responsable››. Por palabras como esas, el teólogo Balthasar dijo que, para Ricoeur, el Diablo era una expresión simbólica necesaria para la experiencia de la culpa, del mal radical como algo que todavía encontramos enraizado en nuestra propia naturaleza humana. Lógicamente, de esa concepción del Diablo, se deduce que los demonios, según Paul Ricoeur, son expresiones simbólicas que participan en la representación mítica y trágica del mal como una realidad que, a la vez que está enraizada en nosotros, la encontramos ya dada, como que ya está ahí, e intentamos lidiar con la culpa que eso nos produce al adjudicar su origen al Diablo, y al ver en los demonios a seres que nos precedieron en el pecado, que lo detentan con mucha mayor intensidad que nosotros, y que nos inducen a tropezar…
Símbolo de la idea-percepción de separación con respecto a Dios
Helen Cohn Schucman fue catedrática de Psicología Médica en la Universidad de Columbia en Nueva York, desde 1958 hasta su jubilación en 1976. Se hizo famosa porque, con la ayuda de William Thetford, redactó el libro Un Curso de Milagros, que salió a la venta en 1975 y tenía un contenido supuestamente dictado por Jesús, no exteriormente sino como una voz interior que se comunicaba con Helen. Hasta aquí, cualquiera podría apresurarse a decir que todo era un fraude con fines comerciales, pero lo sorprendente es que Helen mostró la actitud propia de los comunicadores espirituales que realmente creen en su mensaje y no buscan fama, ya que prohibió dar a conocer su condición de receptora de los mensajes de Jesús, al menos hasta que muriese, y eso se cumplió, pues solo después de 1981 (año en que falleció) la gente supo que fue ella la que recibió las revelaciones. Esto no es garantía de que efectivamente Jesús haya dictado telepáticamente el libro a Helen, pero sí nos induce a pensar que así lo creía ella, y que su propósito no era la fama o el dinero, cosa que, para quien es creyente de mente abierta, podría interpretarse como un signo de que las supuestas revelaciones podrían ser verdaderas.
Dentro de las diversas cosas que supuestamente Jesús le dictó a Helen, estuvo una particular interpretación del Diablo, de la cual se desprende una interpretación determinada de los demonios. En síntesis, el Diablo aparece como una personificación de la percepción ilusoria de estar separados de Dios, siendo esta una percepción que tiene su origen en el autoconcepto que nos hacemos de nosotros, pues pensamos que somos lo que creemos ser, y eso que creemos ser es siempre algo que, en mayor o menor medida, percibimos como manchado por rasgos que nos oponen al propósito que Dios nos asignó.
De este modo nos erigimos (inconscientemente y en cierto sentido) en nuestros propios creadores (negando la paternidad de Dios), según la culpa inducida por la conciencia del pecado, del cual es incitador el Demonio en el mito del pecado original, y es pues, a causa de esa condición de “incitador al pecado”, que deviene en causante de aquello que nos hace creernos separados de Dios; pero, dado que esa separación es ilusoria, el Demonio es finalmente una personificación de la ilusión que tenemos de estar separados de Dios, y también una personificación de las fuerzas que nos incitan a caer en esa ilusión a través de la culpa, fuerzas que son los diversos pecados, simbolizados en los demonios, que aparecen aquí como representantes de las fuerzas que luchan contra Dios por poseernos, en tanto que apuntan a entregarnos a la mentira de creernos separados de Dios, a quien negamos como nuestro padre en tanto que nos volvemos hijos del pecado al concebirnos según nuestra entrega al mismo, que no expresa sino lo que hacemos, pues lo que somos es, en esencia, algo divino que está unido al Creador, al Padre Celestial.
Todo esto podría parecer un tanto redundante, pero no lo es si vemos las palabras que Helen dijo recibir por dictado de Jesús, y que exponemos aquí para complementar la explicación; citamos: ‹‹El “Diablo” es un concepto aterrador porque parece ser sumamente poderoso y sumamente dinámico. Se le percibe como una fuerza que lucha contra Dios por la posesión de Sus creaciones. El Diablo engaña con mentiras, y erige reinos en los que todo está en directa oposición a Dios (…). Esto no tiene ningún sentido. Hemos hablado ya de la caída o separación, mas su significado tiene que comprenderse claramente. La separación es un sistema de pensamiento que, si bien es bastante real en el tiempo, en la eternidad no lo es en absoluto. Para el creyente todas sus creencias son ciertas. En el jardín simbólico se “prohibió” la fruta de un solo árbol; mas Dios no pudo haberla prohibido, o, de lo contrario, nadie la habría podido comer. Si Dios conoce a Sus Hijos, y yo te aseguro que los conoce, ¿cómo iba a ponerles en una situación en la que su propia destrucción fuese posible? Comer de la fruta del Árbol del Conocimiento es una expresión que simboliza la usurpación de la capacidad de auto-crearse. Solamente en este sentido no son Dios y sus creaciones co-creadores. La creencia de que lo son está implícita en el “auto-concepto”, o sea, la tendencia del ser a forjar una imagen de sí mismo. Las imágenes sólo se pueden percibir, no conocer. El conocimiento no puede engañar, pero la percepción sí. Puedes percibirte como tu propio creador, pero lo que a lo sumo puedes hacer es creerlo. No puedes hacer que sea verdad. La mente puede hacer que la creencia en la separación sea muy real y aterradora, y esta creencia es lo que es el “Diablo”. Es una idea poderosa, dinámica y destructiva, que está en clara oposición a Dios debido a que literalmente niega Su Paternidad.››
Carl Gustav Jung afirmó que existía un inconsciente colectivo además de un inconsciente personal. En efecto, observando que a lo largo de los siglos había imágenes mitológicas que se repetían con ligeras variaciones en distintas culturas, Jung planteó que aquel fenómeno respondía a la presencia de arquetipos en el inconsciente colectivo, entendiéndose dichos arquetipos como complejos psíquicos que expresan tendencias innatas, maneras de responder a la realidad y de organizar la vida psíquica interna, y que producen, en su existencia como elementos dinámicos en la vida simbólica de las sociedades, diversos patrones de formación de símbolos; los cuales, al tener su causa en una realidad psíquica y por tanto transhistórica (independiente de las condiciones históricas), se repiten en diversas épocas y culturas, tendiendo a originar mitos e imágenes simbólicas con marcadas similitudes. En este marco, los demonios y sobre todo el Demonio (Ahrimán entre los persas, Satanás entre los cristianos, Mara entre los budistas, etcétera), aparecen como imágenes arquetípicas que expresan, simbolizan y canalizan la dimensión oscura de la psique colectiva, ya que son manifestaciones del arquetipo de la Sombra, que en el plano de la vida social remite a nuestros miedos más primitivos (miedo arcaico a la oscuridad, por ejemplo) y a todo lo que, por ser percibido como amenazante para la armonía y el orden inherentes al carácter civilizado que las sociedades buscan preservar y fomentar a fin de subsistir, es tachado de malo, de incorrecto, de tabú: cosas que remiten a nuestro lado instintivo y salvaje, y que entre sus ejemplos se cuentan el canivalismo, el robo, el asesinato, el incesto, el parricidio, la sexualidad desenfrenada, la violencia extrema, etcétera…
De este modo, tenemos que, la historia del Mal, es la propia historia del hombre en la Tierra. El Mal aparece así, en el lenguaje de los mitos, como anterior al hombre, aunque introducido en el mundo por su propia libertad. De allí que la Demonología sea también una Antropología en el sentido de que, desde los albores de la civilización, han aparecido divinidades oscuras y seres maléficos, a manera de proyecciones, en el plano mítico, de la naturaleza humana en lo que ella posee de sombrío, de negativo, de amenazante y destructor.
El gran problema de todo esto, es que la Sombra no solo existe a nivel colectivo sino individual, personal, y representa todo aquello que consideramos negativo en nosotros, todo aquello que rechazamos, y que usualmente negamos o reprimimos. Lógicamente, la Sombra Individual está en gran medida determinada por la Sombra Colectiva de la sociedad en que vivimos, pues nuestro entorno cultural nos infunde valores y códigos morales, ideas sobre lo que es bueno y lo que es malo. Claro está que, el grado de semejanza entre la Sombra Individual y la Sombra Colectiva, varía dependiendo del individuo, pues allí intervienen variables como la inteligencia, la personalidad, el caudal de conocimientos, etcétera. Metiendo a los demonios y al Diablo en el asunto, estos aparecen como imágenes arquetípicas de la Sombra Colectiva, y el individuo, en la medida en que los perciba como seres reales, podrá usarlos como chivos expiatorios para escapar de la aceptación de su Sombra Individual, ejemplo que se ve muy bien en esos evangelistas actuales (un fenómeno de América, básicamente) que andan viendo al Diablo y a los demonios detrás de casi todo pecado que cometen ellos y los demás.
El inconveniente con todo esto es que el arquetipo de La Sombra, por mediación de una imagen arquetípica que le corresponda, puede terminar poseyendo al sujeto; y éste, que incialmente lo usó como chivo expiatorio, como elemento para inconscientemente exorcizar una parte de sí mismo, puede terminar sucumbiendo ante aquello que rechaza y reprime, lo cual encuentra su más perfecto ejemplo en el fenómeno de la posesión demoníaca entendido desde una óptica escéptica de vertiende psicoanálitica-jungiana. Advierte por eso el mismo Carl Gustav Jung: ‹‹Sabemos que un arquetipo puede irrumpir con fuerza demoledora en una vida humana individual y en la vida de una nación (…). En la misma medida que la influencia del inconsciente colectivo aumenta, la mente consciente pierde su poder de liderazgo. Imperceptiblemente se convierte en el dirigido, mientras que un proceso inconsciente e impersonal va tomando el control. Así, sin notarlo, la personalidad consciente es zarandeada como una figura en un tablero de ajedrez por un jugador invisible. Este es el jugador que decide el juego del destino, no la mente consciente y sus planes (…) Las potencialidades del arquetipo, para el bien y el mal por igual, trascienden nuestras capacidades humanas muchas veces (…), la identificación con una figura arquetípica presta fuerza casi sobrehumana al hombre común y corriente.››.
Finalmente, lo expuesto nos muestra la irónica situación de que el propio hombre, en su afán por negar y expulsar una parte de sí mismo, construye maléficas quimeras que sostiene con tanta fe que, en el plano de su vida interior y a veces a nivel de sus acciones, acaban teniendo casi tanto poder como si fuesen reales. Reflexionando sobre esta desconcertante verdad, el Dr. Vicente Rubino, Presidente Honorario de la Asociación Junguiana Argentina, escribió en el Despertar de la Sombra las siguientes palabras: ‹‹Luego de siglos y siglos, el hombre ve emerger ante sí la horrorosa figura del Maligno, que él mismo ha proyectado en su evolución, y cuya génesis humana, por ser inconsciente, permanece desconocida: en el Maligno vuelve a encontrar todo lo que no quisiera ser. El hombre ha convertido en una realidad objetiva lo que ha sido, originariamente, una proyección de su propia Sombra arquetípica (…). El espíritu del Mal, esencializado y personificado, se convierte en una entidad metafísica anterior a las luchas internas del hombre, que es realmente quien la ha creado.››
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