sábado, 3 de junio de 2017
Los berbalangos ¿Hombres-polilla en Filipinas?
Existe en las Filipinas una isla que se conoce como Cagayan
Sulu. Se cree desde hace muchos años que, sobre ella, habita una extraña
especie de hombres que, muy parecidos a los hombres normales, tienen unas
extrañas peculiaridades: practican el vampirismo y necesitan beber sangre
(humana o animal). Sus ojos son muy parecidos a los de los gatos; tienen la
costumbre de profanar las tumbas de los recién decesos y devorar sus vísceras,
principalmente corazón e hígado, por los que sienten dilección. Poseen grandes
alas. Al volar emiten un sonido muy parecido al gemido, que curiosamente es más
intenso tanto más alejados se hallan de sus víctimas. Destacan por encima de
todo, y es lo que más temor provoca entre los isleños: dos grandes ojos como
antorchas, que resplandecen en la noche.
Como vemos, el hecho de ser seres alados que atacan a los
hombres y también a otros animales, que destacan sus ojos como luces y que
emiten un extraño sonido parecido a un gemido (el chillido de un ratón,
alegaron unos testigos de Virginia Occidental) parece que nos fuerza a
relacionar a las mismas criaturas.
El caso más documentado sobre el tema se remonta a los
últimos años de posesión española de las Islas Filipinas en que el cronista Sr.
Skertchley, viajó a dichas islas, y acompañado de un guía nativo que le relató
los extraños sucesos que allí acontecían se adentró en la jungla, acompañado de
Matali (el nombre del guía).
En un momento dado, y cuando el filipino le aseguró que
estaban llegando hasta donde los extraños seres vampíricos, oyeron un sonido de
gemidos, y ambos se echaron al suelo. A los pocos segundos vieron unas luces
que parecían sobrevolarles y que pasaron por encima de sus cabezas. Aquellos
ojos como antorchas se dirigieron a casa de un conocido de ambos; la choza de
un tal Hassan.
Decidieron esperar a que se hiciera de día para entrar en la
choza armados con unos kris (típicos
cuchillos del lugar) aunque en el último instante el filipino se negó a entrar
en su interior. El americano describe la escena de la siguiente manera: “llamé
a gritos varias veces y nadie me contestó por lo que decidí entrar tras dar un
fuerte empujón a la puerta que estaba cerrada. Miré alrededor y no había nadie,
pero al adentrarme un poco más, observé que sobre la cama había un gran bulto;
con las manos crispadas, la mirada desencajada, y los ojos horrorizados; quien
así yacía era Hassan, muerto y sin una gota de sangre a su alrededor”.
En otras islas del mismo archipiélago, se habla con cierto
temor de unas criaturas que son conocidas como demonios de los bosques. Todos
los que han visto a dichos seres destacan que sus ojos son como dos luces, y
que tienen por costumbre atacar a los hombres y otros animales.
Durante el conflicto bélico que azotó las Filipinas en 1898,
una patrulla del ejército americano se adentró en la jungla en busca de una
partida de guerrilleros tagalos. Uno de los soldados se desvió del resto de su
unidad, y cuando a los pocos días lo encontraron, aseguró haberse topado con un
ente de pequeña talla y que tenía unos ojos brillantes como antorchas. El
soldado perdió totalmente el juicio y pasó el resto de sus días repitiendo la
salmodia: “esos ojos, esos terribles ojos”.
También durante la Segunda Guerra Mundial, muchos soldados
tanto aliados como japoneses, afirmaron haber visto e incluso haber sido
atacados tanto ellos como las mulas que empleaban para el transporte, por un
extraño ser de ojos como linternas y que se movía con gran agilidad, incluso un
militar americano lo definió como un ser que aparece y desaparece como por arte
de magia. Finalizadas las hostilidades, algunos científicos se ocuparon del
asunto, y así mientras los más conservadores culpaban de tales hechos a los
pobres pigmeos aetas, una pequeña tribu que habita en las zonas más recónditas
de estas islas; otros científicos entre los que destaca el padre de la
Criptozoología, Doctor Bernard heuvelmans, adujo que se podía tratar de alguna
especie de animal como el tarsero, el más misterioso de los primates conocidos.
Se trata de una criatura pequeña, velluda, de rostro plano y redondo, ocupado
éste por su totalidad por dos grandes y brillantes ojos. Existe además una rara
bestezuela que los científicos han querido identificar con el tarsero; se trata
del yara-ma–ya-wo, una criatura que es definida como un animal con aspecto de
rana pero con cuerpo de hombrecillo. Esta criatura tiene la mala costumbre de
lanzarse sobre todo bicho viviente, especialmente niños, y, citamos
textualmente al Doctor Heuvelmans: “con el auxilio de unas ventosas que posee,
se pega literalmente a sus víctimas a las cuales vacía por succión de toda su
substancia”.
Como reflexiona Aracil, el hecho correspondiente a la
succión de la substancia de sus víctimas, los ojos relucientes como luces, y en
el caso de los berbalangos, el rasgo de volar, nos hace recordar al chupacabras
más que a ese pequeño mamífero que se conoce como tarsero (Tarsius spectrum) y
que lógicamente es sobradamente conocido por los nativos de aquellas tierras.
Sobre qué grado de verdad existe en estas leyendas, es poco
lo que se sabe, pues se trata de una isla lejana en un archipiélago como el
filipino que en muchas zonas aún se conserva casi virgen; pero lo cierto es que
sobre el asunto de los berbalangos se han ocupado investigadores como Ethelbert
Forbes (Cagayan Sulu, Legends and Superstitions) o el mismísimo cazador de
misterios además de escritor e informador radiofónico, Rupert T. Gould, autor
del ya clásico Oddities (en versión castellana Misterios de la Tierra).
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